Cuando en República Dominicana no existían electricidad, ni neveras,
ni acueductos, el agua de lluvia era un bien ‘’sagrado’’ en los hogares del
país y se conservaba en grandes
tanques de cemento, en tinajas y otros envases
para el consumo humano, sin importar su contaminación ni el daño que hace a la
salud.
En el agua de lluvia nacen los mosquitos transmisores de
enfermedades y para matar las largas las familias campesinas dominicanas
colocaban carbón mineral dentro del agua almacenada, lo que a juicio de la población
purificaba el vital líquido.
Esa práctica se mantuvo en muchos campos de la Republica
Dominicana hasta mediado de la década
del 1990, cuando la población comenzó a ser orientada sobre el daño que provoca
el agua proveniente de las nubes, por la contaminación que recibe.
Los científicos han determinado que las precipitaciones
remueven partículas y gases, por lo que debe evitarse la ingesta del agua de
lluvia, lo que podría contener
microorganismos y metales pesados como aluminio, cadmio y plomo.
En las grandes urbes, la industrialización y la alta
densidad poblacional tienen efectos adversos en la química de las
precipitaciones pluviales.
Investigadores de la Universidad de Estocolmo (Suecia) y la
ETH Zúrich (Suiza) publicaron un estudio en el que revelan que el agua de
lluvia ya no es potable en ningún lugar del planeta, ni siquiera en regiones
consideradas prístinas, como la Antártida o la meseta tibetana.
Esto se debe a la presencia en la atmósfera de sustancias
perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas (PFAS) de origen antropogénico.
Se trata de compuestos químicos que se han asociado con una
amplia gama de daños graves para la salud, lo cual incluye desde dificultades
para el aprendizaje hasta cáncer, infertilidad, aumento del colesterol y problemas
del sistema inmunitario.
Tras varios años de trabajos de laboratorio y de campo, los
investigadores descubrieron que los niveles en la atmósfera de algunas PFAS
dañinas no están disminuyendo, a pesar de que su principal fabricante, la
multinacional estadounidense 3M, dejó de producirlas hace ya dos décadas.