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sábado, 25 de diciembre de 2010

Los perros realengos (viralatas) del alcalde están ladrando

CODIGO 32

Por Arturo Taveras

Periodista y escritor dominicano.

TAMBORIL, REP. DOM.-Los perros realengos (viralatas) del alcalde de este municipio siguen ladrando y lo hacen con mayor energía, porque deben proteger la basura con que los alimenta su amo, quien se los ´´achuba´´ a los periodistas, políticos y otras personalidades que lo critican y a quienes no se han dejado tratar de la misma forma que lo hace con sus hambrientos caninos, los cuales son capaces de morder a cualquiera que ose criticar lo que diga o haga su dueño.

Esos perros viralatas tienen nombres y apellidos, viven en Tamboril, son inquisidores y se presentan ante el público como paladines de una supuesta verdad que su amo les dice deben defender para que preserven la ''viruta'' que les deja caer de los recursos que a su antojo maneja en el cabildo.

Son viralatas enviados a ladrar por un amo que, para ser ejecutivo municipal, compró conciencias en busca de impunidad, pero que no pudo embaucar a los verdaderos cerebros, a los que quisiera sepultar en el Ostracismo moral con las voces aulladas de sus perros.

Esos pérfidos ladran desde el cabildo, en reuniones, desde la radio y la televisión, así como de cualquier otro lugar donde encuentran la oportunidad para soltar sus a alharacas envenenadas. Pero sus ladridos tienen tan poco valor que no atemorizan ni a un niño recién nacido. Unos ladran más que otros, dependiendo de la migaja que reciben como paga y el nivel de compromiso asumido con su amo.

Algunos de ellos gruñen sin fuerzas y sin moral, porque buscan proteger a un amo que se cobija, junto a ellos, en casas construidas con techo de cristal y cualquier piedra lanzada por el vecino, fácilmente, les parte la cabeza y los deja desmoralizados.

Con sus ladridos, los viralatas del alcalde de Tamboril se delatan y dicen al mundo quién es su dueño y el por qué los alimenta con basura extraña, salamis viejos, huesos y otras migajas que les deja caer para que se embullen o sean cómplices de un mamotreto administrativo, ocultando y callando así la oscura realidad de la administración municipal

Con sus alharacas, vociferadas en Tamboril, el alcalde quiere quitarse el traje oscuro y manchado por un pasado violento y tormentoso, el cual lleva puesto, para que sus perros se lo pongan con mentiras a personas a las que no le encaja, porque no son de su talla y porque es un traje que solo le sirve a su figura.

Esos perros realengos, con figura humana, andan erguidos y con ínfulas de poder, pero se pasan de listos y no saben ser precavidos, faltando así el respeto a los viralatas de cuatro patas, al no tener la habilidad de mirar a ambos lados antes de ladrar a alguien.

Caminan en tierras movedizas, a veces cruzan los rieles sin ver llegar el tren y pasan por encima del peligro que les acecha, sin pensar que su poder es momentáneo y que pronto lo perderán.

Son viralatas que visten trajes morados y que en la búsqueda de oportunidades tienen la destreza de abrir fundas con su hocico sin romperlas y voltear cualquier canasto de basura sin importar el tamaño, en busca de mentiras y falsas acusaciones para ladrarlas en contra de los adversarios de su amo y de esa forma ganarse la comida. Si no encuentran que decir tienen que inventar algo, porque para eso les paga el señor alcalde, jefe del cotarro.

Como todo realengo, son perros cobardes que corren más que el deportista Félix Sánchez si ven que alguien se agacha a recoger algo o si abre la boca para decir algunas palabras. Esos realengos no saben que el amo los conoce y los trata como lambones por   el poco valor que ellos tienen.

Ahora ladran más que antes, porque saben que su amo será desalojado del cabildo, por la fuerza del pueblo y ellos perderán el hueso que con gusto chupan los días 25 de cada mes, pero como se van junto a su amo están tratando de succionarlo hasta los tuétanos.

Es aconsejable no hacer caso a los perros viralatas cuando ladran, pero si cuidarse de una mordida trapera, porque de su bocas brota un veneno peligro que contamina fácil a la gente.