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sábado, 30 de diciembre de 2023

Empresario Johan Rosario rinde honor a la grandeza de la madre de un amigo

CODIGO 32

Mi último adiós a Doña Tati de la Rosa”

Por Johan Rosario 

Erick y Erika son dos amigos a los que Tamboril adoptó temprano en sus vidas. Su familia llegó un día cualquiera -como a muchos ha pasado- y ya no pudo irse. Habían nacido en Santiago. Como millones de dominicanos, salieron de la patria cuando la vida adulta impuso sus rigores y las esperanzas comenzaron a marchitarse. Muchas veces viví con Erick sus nostalgias en aquel Manhattan de hierro, reí su risa, escuché y compartí su historia de migración e inmarcesible melancolía, de la que fuí parte protagónica, narrada cada vez como si nunca la hubiese contado. Daba la impresión que él la descubría cada nueva vez, sobre todo al evocar el nombre de su santa madre.

Supe el sábado por una llamada de hielo, desde el recóndito Connetituct, que esa mujer de exquisito trato y fraternal sonrisa, esa señora de mirada bondadosa que amó y que lo amó locamente a él, murió de una enfermedad injusta. 

-Se me fue mi madre Johan, y ahora yo qué hago -me lanzó el sablazo y ya no tuve cómo responder. Eres mi mejor amigo y como tal al primero que llamo.

Habían logrado reencontrarse apenas un año atrás, tras casi 8 de no verse y de sufrir el uno por el otro. Las barreras que el hombre ha levantado contra el hombre y la necesidad de probar con papeles que eres humano antes que residente, habían impedido tan ansiado reencuentro. Erika , siempre pródiga e incondicional desde que tengo conciencia de ella, había logrado vencer las leyes de los hombres. La madre llegó a la selva de cemento a retomar las horas perdidas con sus dos hijos. Para hacer más larga la bendición la habían premiado con varios nietos preciosos que agrandaban la familia.

Decidió plantar raíces en Estados Unidos, para recuperar los años que la distancia le robó junto a su esposo e hijos. Pocos meses después de tanta dicha y felicidad que de golpe arropó a todos, como miles de dominicanos decidió venir con su abnegado esposo Arturo a pasar la Nochebuena y navidad en su tierra. Pudo compartir la cena con Erika, de paso transitorio en dominicana por las mismas razones navideñas y fueron felices, aunque como tantas veces hizo falta un integrante en la mesa: Erick.

Un día después de ser tan dichosos y de cenar con Don Arturo, Erika, José Luis, sus dos nietecitos y varios familiares principales en tan emblemática fecha, el mundo se apagó. De súbito la sonrisa eterna de doña Tati dejó de iluminarnos y se hizo plomizo el cielo.

No he podido escribir estas líneas sin llorar por su muerte inesperada y lacerante como por la imposibilidad de mi amigo de estar en esta hora aciaga.

-Quiero que me representes -me emplazó Erick, anegado en llanto-. Que hables algunas palabras como si fuera yo mismo. Hazlo en nombre de nuestra prolongada amistad.

Lograr reunir las fuerzas necesarias era un desafío para el que no me sentía listo.

No sé cómo, pero logré pararme alentado por las fuerzas que me insufló una energía telúrica, la de no deshonrar la solicitud de mi amigo desde su exilio económico.

Sirva esta nota colgada al pié como homenaje póstumo a la memoria de Doña Tatica de la Rosa, cuyo espíritu sé que encontrará refugio en el cielo, y de soporte para el amigo entrañable Erick Arturo, quien está transido en algún lugar de Conneticut, a Don Arturo de la Rosa, mi también apreciada amiga Erika, en suma, a todos los que han visto partir a este ser que fue luz y norte de sus días. Navidad del 2015 @ Santiago de los Caballeros.