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miércoles, 1 de diciembre de 2021

Las autoridades distraen a los pueblos con luces de navidad

CODIGO 32
Lo que aparenta un atractivo puede ser un engaño”
“Las luces y el sonido, en una discoteca, emborrachan y enloquecen más rápido que el alcohol”
“Si quieres distraer al público y ocultar tus intenciones monta espectáculos brillantes, con luces multicolores y sonidos altisonantes y lograrás que te vean como al astro rey del universo, el sol, al que se atribuye la brillantez del firmamento. 
“ Para ocultar tus intenciones monta espectáculos” (48 Leyes del Poder de Robert Greene)
Por Rey Arturo Taveras 
TAMBORIL .- Los estudiosos del cerebro  humano establecen que el efecto de las luces multicolores y en movimientos actúan como un alucinógeno que llama la atención del ser humano y distorsiona la realidad del entorno donde se encuentra.
Es por eso que para llamar la atención del público, súper ponerse sobre los demás como hace el Sol, engañar y ocultar la realidad es un buen subterfugio, cómo hacen los hechiceros que utilizan luces en sus actos de espiritismo y así dominar la mente de su cliente.
Lo mismo están haciendo las autoridades de ciudades que utilizan luces, de manera exagerada, para llamar la atención y ocultar la distracción de fondos públicos, haciendo que la iluminación, sobre todo en navidad, se vean cómo parte del progreso, la abundancia y felicidad.  Es una inversión qué jamás será cuestionada.
También  los dueños de discotecas y otros centros de diversión utilizan luces multicolores, en movimiento,  y montan espectáculos que atrapan la ilusión óptica, con el objetivo de lograr que sus clientes se embriaguen y gasten dinero sin control en sus negocios. 
Asimismo, el  diseño de la iluminación exagerada con luces multicolores en los eventos artísticos buscan dimensionar la figura de los artistas y ocultar los defectos y errores del espectáculos, cuyos organizadores  persiguen objetivos emocionales intencionados en el espectador que los aprecia como atractivos.
Según los psicólogos, las emociones cambian el modo en que la mente humana resuelve los problemas y se adapta al medio ambiente en qué se encuentra el individuo.
Del mismo modo establecen que las luces alteran las  emociones y aceleran los procesos de toma de decisiones y de actitudes, con predisposición al gozo del momento, estimulado por la atracción sobredimensionada. 
De igual forma los estudios sobre la percepción visual han demostrado que la información contenida en las imágenes influye de forma personal sobre el observador.
Por lo tanto, un diseño de la iluminación de un parque o las calles de una ciudad que tome en consideración los aspectos emocionales del observador podría influir significativamente en la valorización del ciudadano residente y del visitante, quienes apreciarán las luces y los colores como un atractivo apoteósico.

Escritor Johan Rosario conmueve con relato con motivo al dia Internacional de la Lucha Contra el SIDA

CODIGO 32...
Bienvenido al club!
Se subió el cuello del abrigo para cobijarse del viento que azotaba Manhattan mientras caminaba hacia algún hotel. Por segunda vez se había retrasado el vuelo, sus intentos de conseguir cupo en otra aerolínea habían resultado vanos y ya era muy tarde para regresar a Upstate. Pensó en Aurora, la imaginaba preocupada, esperando verlo aparecer en cualquier momento en el aeropuerto de Santiago. Maldijo el celular una vez más, sólo se oía: «Usted será transferido al correo de voz Codetel, después del tono su llamada será facturada». El sonido impersonal de la voz seguía grabado en su cerebro desde el último intento.
«Habrá que aguardar a que el clima mejore, se espera una fuerte nevada, muchos vuelos se han retrasado» — dijeron en el aeropuerto, como si fuese consuelo que otros cientos estuviesen en la misma situación. Pasaría la Nochevieja del 2008 en Nueva York. Ya lo había decidido, pero los hoteles estaban repletos.
La ciudad, como siempre, hervía de gente, las luces que adornaban los edificios, los atuendos navideños, todo semejaba uno de esos sueños fantásticos, donde nada es imposible. Un taxi se detuvo a su lado. Un taxi. Un milagro. Sin pensarlo más abrió la puerta y se zambulló en el carro amarillo.
—¿Adónde lo llevo, lidei? —preguntó el taxista, con obvio acento cibaeno.
—A un hotel.
El taxista lo miró a través del retrovisor.
—¿Pa´ doimi?
—Por supuesto, ¿para qué, si no? —dijo, sintiéndose ridículo apenas cerró la boca.
—Mire mi heimano, en una noche como hoy hay mujere poi pi pá, si quiere lo llevo jata´ una go go...
—No gracias, estoy cansado, consiga un hotel donde pueda dormir, por favor —interrumpió.
—...Un hotei en el Aito Manhattan. Por aquí no encontraremos nada libre, a no sei lo motele de Yonke —dijo el taxista.
—Yonkers? No hombre hermano, si decido no devorleme a casa es porque queda lejos, pero tampoco me rebajaré tanto. Vayamos mejor a algún punto de Downtown, que Manhattan no es solo Washington Heights.
—¿De que paite dei pai eh ute?
—Naci aqui, pero mis padres son de Villa Lobo.
—¿Y dónde eh eso critiano?
—En la linea...pertenece a Santiago Rodriguez, creo.
—Ahh.
A través de la ventanas del carro vio que estaban en la avenida 95. El pintoresco conductor criollo dobló en una de las esquinas en bola de humo y detuvo el vehiculo frente a un edificio gris de seis pisos. Arriba de una puerta de vidrio, en letras que en un tiempo fueron doradas, rezaba: Continental Hotel. Pagó lo que marcaba el taxímetro y dejó el cambio. Bajó y fue directamente al hotel. A través de la puerta de vidrio todo se veía de una coloración rojiza, tonalidad que se acentuó al entrar, pues provenía de los faroles rojos que colgaban del techo. Detrás del mostrador una mulata, dominicana por sus facciones, inclinó ligeramente la cabeza y le regaló una leve sonrisa.
—Buenas noches, señor.
—Buenas noches. Una habitación, por favor.
—¿Por cuánto tiempo?
—Aún no lo sé. Tal vez dos días.
La mujer tomó sus datos, y le entregó una tarjeta.
—Piso 12, habitación 1210.
—¿Pero este edificio no tiene 12 pisos?
Ella sólo lo miró y le señaló el ascensor con un gesto en las cejas. Estaba demasiado cansado para discutir. Prefirió quedarse callado y entró al elevador. Marcó su piso y esperó a que la luz intermitente se apagara al llegar. El ascensor se detuvo con un largo quejido. Se escuchó otro sonido lastimero al deslizarse la puerta hacia un lado y un largo pasillo desnudo se ofreció ante su vista. Al final, una puerta. Su habitación, supuso. En efecto era la 1210. Deslizó la tarjeta por la ranura y la mujer del mostrador, la misma dominicana que le recibió, misteriosamente le dio la bienvenida también en la habitación. Llevaba puesto un traje de seda color pardo, pegado como una segunda piel. Se le acercó y recibió su pequeña maleta, colocándola a un lado. Luego, sin apenas decir media palabra, le ayudó a quitarse el abrigo, y prosiguió con toda su ropa, con movimientos delicados, tan sutiles que parecía no tocarlo. Una vez que estuvo desnudo lo llevó a la cama y fue cuando él se dio cuenta que el vestido de seda no existía. Era su piel, tan suave al tacto que sus dedos parecían deslizarse, creyó que soñaba pero sabía que estaba despierto; experimentaba un placer desconocido: el que la bella criolla, de dientes perfectos y dotada de curvas espectaculares, le proporcionaba sin permitirle un momento de descanso, hasta dejarlo exhausto como si hubiese corrido el Maratón de Nueva York.
Cuando abrió los ojos se encontró solo en la cama. La bella mulata ya se había esfumado sin dejar rastros. Tenía el pijama puesto, al parecer había dormido tanto que ya el pálido sol del invierno se colaba por las rendijas que dejaban a los lados las cortinas rojas. Sobre la mesa de noche, su reloj de pulsera marcaba las tres de la tarde, pero el indicador de la fecha parecía dañado. Abrió las cortinas y la luz entró eliminando cualquier rezago fantasmagórico que quedara en el cuarto y sobre todo, en su mente. Parecía que el clima permitiría que su vuelo pudiese partir. Se metió rápidamente al bano y se dio una ducha...pero cuando regresó con la toalla sobre el cuello, el cuerpo aun chorreante de agua, se encontró de frente con aquel dantesco mensaje que cambiaría por siempre sus días. El, que tanto anhelaba llegar a República Dominicana, en donde su amada Aurora le esperaba ansiosa, entusiasmada, ahora solo tenía de frente, escrito sobre el gavetero del dormitorio, a grandes rayas, con pintalabio rojo de a dolar, la sentencia ante la que muchos no habrían vacilado en un suicidio eficaz y seguro: Bienvenido al Club del Sida, pendejo. Gracias por no usar condón.
*Relato contenido dentro de "Amores que matan", autoría de Johan Rosario @ 2009.