La mata de mango de la discordia

CODIGO32-SIPRED
Por Rey Arturo Taveras 

En el corazón ardiente del municipio de Tamboril, al final de la avenida Presidente Vásquez, próximo al Samán, se encuentra el populoso e histórico barrio “Los Fritios”.

En ese lugar, preñado de vivencias y leyendas, habita la familia Rosario, en un vecindario de casas que guardan sus secretos, donde las brisas cargan los murmullos de generaciones enteras.

Allí, en el patio del tronco de la familia Rosario, se alzaba una frondosa y centenaria mata de mango que sembró la discordia entre Esteban Rosario, su mujer Yeya y sus nietos, sobrinos y demás muchachos del vecindario. 

La mata de mango no era un árbol cualquiera, sino un monumento natural, una catedral de ramas que bendecía con su sombra la tierra del solar, adquirido por Jacinto Rosario, bisabuelo del Dr. Carlos José Rosario y del empresario y periodista Johan Rosario, los cuales son parte de la historia.

La mata era la joya sagrada de don Esteban, la que paría tantos mangos dulces como besos fueron robados bajo su follaje que danzaba al compás del viento, como si supiera cuán sagrada era su presencia en aquel lugar. 

Bajo su sombra se gestaron amistades, se narraron cuentos y se refrescaron amores en los veranos más asfixiantes.

Pero…los frutos de tan noble árbol trajeron consigo la discordia, porque los muchachos: sobrinos y demás críos del barrio, con la inocencia traviesa de quienes aún no conocen el peso de la propiedad, trepaban sus ramas como quien escala el cielo en busca del sabor del maná.

Tumbaban, a remeniones , los mangos maduros, los más jugosos, los que Esteban Rosario cuidaba como si fueran hijos de savia y sol, pero también caían los verdes y eso le indignaba. 

Al ver la turba de jovencitos , encaramados en el árbol,   el viejo Esteban, hombre de carácter más áspero que piedra de río, explotaba de ira cual tormenta sin aviso y arremetía contra ellos. 

Los que recogían los mangos en el suelo, al ver llegar a Esteban, varejón  en mano y con ojos de fuego, huían raudos y veloz con el botín. Pero los de arriba tenían que esperar horas muertas para bajar, hasta que Yeya lograba calmar a su furioso esposo. 

- ¡Yeya, eres una apoyadora de estos sinvergüenzas!-gritaba Esteban, y, cegado por la ira, arremetía contra su adorada esposa, bajo la mirada atónita de los niños, quienes, en medio de la trifulca, lograban tirarse de la mata y salir corriendo a esconderse.

La familia Rosario, conocida como “Los Sordos”, ha vivido en Los Fritios desde hace más de un siglo, cocinando historias que se deslizan en la memoria de sus descendientes como agua entre los dedos del tiempo.

El nombre del barrio, según cuentan Carlos José y Johan Rosario, no nació del aire ni de un documento oficial dirimido en un el concejo edilicio. 

Surgió del estómago y del habla espontánea de Esteban Rosario, hombre de la discordia de los mangos, quien al pedir un huevo frito, decía sin falta: “quiero un huevo fritio”. 

Así, entre el crujir del huevo en el sartén caliente y el eco de la voz imperfecta de Esteban comenzó a cocinarse el nombre del barrio y fue bautizado como “Los Fritios.”

En ese peculiar rincón de Tamboril, donde los apellidos se repiten como las estaciones del tren que atravesaba a Tamboril queda el recuerdo imborrable de la mata de mango de la discordia: testigo mudo de una historia familiar donde el amor, el orgullo y unas frutas tan dulces, jugosas y provocadoras desataron una tormenta bajo el sol, entre Esteban y Yeya.


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