Asalto al Gueto de Mata Mosquitos: un teatro de migración
CODIGO 32
OPINIÓN
Por Rey Arturo Taveras
La madrugada en Mata Mosquitos no llegó con el canto del gallo, sino con el rugido metálico de camiones y el eco de botas que pisaban el suelo como si marcharan sobre los techos de los dormidos.
Fue un despertar abrupto, no de conciencia, sino de miedo, en el que la patria se vistió de uniforme y entró sin tocar la puerta, como un fantasma con orden de captura, como un lobo hambriento que huele el miedo entre los callejones.
El gobierno dominicano quiso mostrar músculo migratorio para apagar críticas colectivas y lo hizo con puño cerrado para golpear donde duele, sin aportar con ello a la cura de la enfermedad.
La escena parecía sacada de una novela de realismo crudo: luces que rasgan la oscuridad, policías que no preguntan nombres y amarran a mansos y cimarrones, dominicanos y haitianos, solo importa el color que identifica al ilegal que buscan.
El operativo fue una coreografía de poder, un teatro de fuerza para demostrar que “aquí se cumple la ley”.
Mata Mosquitos, ese rincón olvidado por el progreso y recordado solo por la miseria, se convirtió en escenario de una redada que, aunque legal, tiene la moral en veremos, porque el verdadero crimen ocurre en las sombras de las oficinas, en la frontera corrupta donde la legalidad se vende al mejor postor y la complicidad se viste de gala.
Las piedras que colocaron los residentes para impedir el paso de las autoridades al Gueto haitiano no eran barricadas, eran metáforas: gritos mudos de un pueblo que sabe que el problema no empieza en las casas de madera, ni en la pobreza de Friusa, sino en los despachos de mármol de Migración y del Ejército Dominicano.
La migración descontrolada es un problema real, complejo y urgente, pero no se soluciona con espectáculos de madrugada ni con redadas que apenas arañan la superficie del iceberg.
Mientras no se desmantele la red mafiosa que se lucra con cada cruce ilegal, todo lo demás será teatro.
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