El Banquete del asesino en la penumbra de la muerte

CODIGO-32-SIPRED

Por Rey Arturo Taveras 
Datos tomados de un hecho real publicado en RT, en espanol 

Habían pasado veinte largos años de silencio, de heridas apenas cicatrizadas y de un luto que nunca terminó de apagarse. El día de su liberación, el asesino cruzó con pasos firmes la calle que los separaba de la vivienda de su victima. Su pasos eran tan firmes y decididos  como un tambor en medio de una procesión fúnebre. Se plantó frente a la casa donde, años atrás, había terminado con la vida del padre de Xiang, en un pueblo remoto de China. Era el crepúsculo de un dia cualquiera y la luz tenue del sol poniente se reflejaba en la piel del criminal, haciéndolo parecer un espectro, un fantasma que emergía de las sombras de la cárcel para reclamar su espacio en el barrio, tras la libertad lograda al 20 años  de condena por  el homicidio.

Con una sonrisa amarga en los labios, extendió una larga mesa, y sobre ella dispuso manjares como si fueran trofeos: un banquete de provocación, con frutas rojas como la sangre y platillos llenos de carne ahumada, como si imitara la piel chamuscada del difunto. Encendió petardos, cuyos estallidos resonaron en la calle desierta,  un macabro homenaje nunca visto en sociedad alguna, un eco burlón que traía a la memoria el sonido seco de la muerte.

Xiang, el hijo de difunto,  ya no el niño de quince años que lloró la pérdida de su padre, sino un hombre endurecido por dos décadas de rabia contenida, miraba la escena desde la ventana de la vieja casa donde sufrió la muerte de su progenitor. Estaba perplejo. Tomó su teléfono y grabó la escena. Cada estallido, cada risa del asesino, cada chispa que volaba en la noche se registraron en la pantalla del moderno e inteligete aparato de comunicacion. Eran imágenes de un duelo que nunca terminaría, en el  que el victimario negaba a su padre  descansar en la etenidad. Era como si intentara revivirlo y matarlo de nuevo.

La gente que veía los videos en Douyin, plataforma digital de China,  se llenaba de ira y confusión. Se preguntaban qué oscuras razones habrían llevado al padre de Xiang a convertirse en blanco de un odio tan feroz. Xiang, en su último video, dejó claro que la sombra de la duda no recaería sobre su padre: "No fue por negocios turbios ni por pecados ocultos", escribió, "fue una disputa entre vecinos  que nunca debió llegar tan lejos".

El asesino, frente a la casa, alzó su copa en solitario brindis. Una sonrisa torcida iluminaba su rostro, reflejando la luz de los petardos que volaban al cielo en  busca del alma de su victima para qauemarla. Xiang apretó los dientes y las lágrimas cayeron sobre el teléfono, diluyendo la imagen de aquel hombre que celebraba con un descaro cruel. No había justicia, sólo una herida abierta en el corazón de la noche y un asesino que celebraba la muerte de su victima ante la mirada desesperada del hijo que se hundio en la frustración de no poder vengar la muerte de su padre.

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