A Blasito se lo tragó la tierra

CODIGO 32
Por Rey Arturo Taveras

Blasito, el hijo del sepulturero de Tamboril, se levantó de su cama, donde yacía enfermo, en el hospital municipal, cerca del cementerio donde su padre trabajaba. Salió de su lecho como un sonámbulo del centro de salud, caminando con pasos vacilantes por la avenida Presidente Vásquez. 

Su cuerpo, un eco débil de vida, se desvaneció lentamente mientras avanzaba por la Federico Velázquez, rumbo a Santiago. Pero se disipó como el humo al viento, en un suspiro perdido en la sombra que se disuelve en la luz del día.

Aquella tarde, a mediados del 2012, el sol brillaba sobre Tamboril con una luz irónica, tan brillante como distante. En su resplandor, Blasito salió del hospital, semi desnudo y descalzo, como un alma errante que ya no reconocía ni su propia piel. Nadie vio su rostro, ni la figura que, como un fantasma, se deshizo en la calle, entre las sombras de un día soleado.

Sus pasos lo llevaron hasta la Federico Velázquez, bulliciosa y repleta de vida, pero su destino ya se había perdido en la concurrida convergencia  de las avenidas, en el Samán. Los negocios lo observaban a través de los ojos fríos de sus cámaras de vigilancia, sin atreverse a preguntar hacia dónde iba, como si sus ventanas fueran puertas selladas hacia un misterio irrefutable. 

Los vecinos y transeúntes lo vieron en su breve trayecto, pero nadie se atrevió a interrogarlo sobre su destino.

Han pasado los años y las calles de su pueblo, tan familiares como siempre, han olvidado su andar. Pero los ecos de su ausencia aún resuenan en las voces quebradas de sus hermanos, quienes lo buscaron en hospitales, cuarteles policiales, cementerios y hasta en las entrañas mismas de la tierra, sin éxito. La búsqueda se convirtió en un sueño roto, un esfuerzo que se deshizo como agua entre los dedos de la desesperación.

Blasito había caído en las redes invisibles de la desilusión, sumido en el alcohol como quien se hunde en un pozo sin fondo, tratando de ahogar la amargura de una infidelidad que lo devastó.

 Cuando salió de su hogar, lo hizo en un estado de conciencia turbada, recién habiendo recibido un suero que, al parecer, no curó ni el cuerpo ni el alma herida. 

En esa penumbra interna que lo asfixiaba, aprovechó que la persona que lo cuidaba había salido de la casa, y sin más rumbo que el que el viento le ofrecía, se levantó de la cama y partió. El mundo, de repente, se convirtió en un mar sin orillas, donde las olas lo empujaban hacia lo desconocido.

Lo extraño no fue solo su partida, sino que, en esos mismos días, cuando desapareció de la vista de sus familiares, el pueblo comenzó a susurrar historias oscuras sobre quienes se desvanecían sin dejar rastro. 

Algunos decían que la desaparición de Blasito estaba vinculada a hechos sombríos que rondaban el lugar: rumores sobre secuestros para traficar con órganos, una trama oculta que involucraba médicos corruptos y una banda policial que se convertía en cazadores de vidas ajenas, buscando transformar sus órganos en valiosas mercancías.

En ese entonces, operaba en el país una red criminal que se movía en las sombras de la impunidad, la cual fue descubierta. Se cree que  la vida de Blasito pudo haber caído en sus garras. Sin embargo, esas teorías no eran más que susurros, vagas especulaciones. Lo único cierto es que Blasito ya no esta presente en la existencia física de su pueblo.

Nadie vio ni la luz de su regreso ni el reflejo de su posible muerte. La tierra pareció tragárselo sin dejar rastro, como si el suelo mismo hubiera decidido ocultarlo bajo su pesada mole.

Su desaparición se convirtió en un misterio sin solución, un vacío que persiste en el aire, esperando una respuesta que nunca llega.

Sus hermanos, que se negaron a rendirse, continuaron su búsqueda  en cada rincón del pueblo y más allá, con la esperanza de un milagro que les trajera de vuelta a casa. Pero después de tantos años, la búsqueda se fue apagando lentamente, como una llama que se extingue sin prisa.

Solo quedan las historias y las esperanzas, la sombra de lo que fue. Nadie sabe si aún vive, o si su vida fue arrebatada por aquellos que se mueven en las tinieblas del crimen. 

El viento sigue llevando su nombre en una barca sin rumbo, pero ya nadie lo pronuncia en voz alta. En el fondo, lo único que persiste es la creencia de que un milagro divino lo devolverá algún día, desde el olvido en que el destino lo sepultó. Un destino que, quizás, solo su padre, Posungo, el zacateca de Tamboril, pudo haber  comprendido, mientras cavara la fosa que seria la última morada de un  difunto cualquiera que pudo ser Blasito. 


POEMA DEDICADO A BLASITO

Por Dagoberto Lopez Coño


Yo que vi tu silencio

clavado en la llovizna

y positos de cielos

catapultar tus huellas

Remendar con tu risa

esa fe indumentaria

y ese tajo de sueños

traidos desde lejos

Yo que nunca te he visto

maldecir la sequía

ni alabar la impureza

del pedófilo ensalmo

Hoy me niego al silencio

que se adentró en tu alma

para aquietar tus sueños

y enmudecer tus huellas...


¿Quién poblará tus pasos

Tu mirada y tu acento?

¿Quién vibrará en tu risa

en tu fe y tu silencio?



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