El teatro de la Semanal
CRÓNICA
La Semanal no es diálogo como lo presenta el gobierno: es un teatro con libreto escrito de antemano, donde los actores secundarios aplauden y el protagonista responde a preguntas complacientes que jamás incomodan.
Es una democracia de utilería, sin pluralidad, sin fricción ni disidencia , sin el calor de la discusión verdadera, donde prima la voz de alabarderos y los informes repetidos.
Aun sabiendo eso, decidí asistir al encuentro del presidente Luis Abinader, celebrado ayer lunes 29 de septiembre en la comunidad de Arroyo Gurabo, en Santiago, al que fui invitado para hacer el equilibrio, supongo.
Llevaba un propósito claro, casi ingenuo: transformar mi pregunta en una petición que sirviera a Tamboril, mi pueblo, y a dos de sus comunidades productivas y de vocación turística: Los Cacaos y Arroyo del Toro que están incomunicados y necesitan sendas carreteras.
El reloj marcaba las tres de la tarde cuando emprendí la ruta desde Tamboril a Santiago, renunciando al almuerzo familiar para ganarle tiempo a la esperanza.
La actividad estaba pautada para las 4:30, pero yo preferí llegar temprano, aferrado a la ilusión de alcanzar un turno en la llamada Semanal con la Prensa.
Antes de salir, marqué el número telefónico del periodista Humberto Hernández, asistente del vocero de la presidencia en Santiago, un ingeniero y farmacéutico de profesión, pero disfrazado de comunicador.
Le pregunté a Humberto cómo funcionaba aquello de las preguntas. -“Solo hay que levantar la mano”, respondió con una simplicidad que parecía motivadora.
Por el caos del tráfico vehicular llegué 10 minutos después de la hora de inicio. Pasé una hora 10 minutos de pie, con el brazo derecho en alto, como un penitente que implora misericordia. Mis señas eran tantas que parecían las de un hombre cacheando fantasmas en el aire.
Supe, entonces, que los turnos dependían de un tal Jorgito, personaje regordete, de mediana estatura y pelo lacio, que distribuía el micrófono según señales casi invisibles de Lucildo Gómez, el conocedor del gremio periodístico de Santiago y maestro de la discreta censura. Nadie hablaba sin su venia silenciosa ordenada desde una silla que servía de vigía en medio del grupo de periodistas.
Las preguntas fluían, sí, pero de bocas domesticadas: relacionistas públicos del Estado, comunicadores con cuentas pagadas por la publicidad estatal y otros aduladores del oficio. Con una excepción: Esteban Rosario, quien se permitió cuestionar con independencia, aunque en un mar de voces rendidas.
Yo, mientras tanto, seguía con el brazo extendido, tembloroso ya y sin poder sostenerlo, como un soldado que espera una orden que nunca llega.
Desde el otro extremo de donde yo estaba, el batutero Jorgito me observó y hacía señas de paciencia, prometiendo siempre un turno que jamás se cumplía. Hasta que el vocero de la presidencia dio media vuelta, se inclinó hacia el mandatario, se acercó al podium, le susurró al oído y, como si bajara un telón invisible, el jefe de Estado dio por concluido el espectáculo.
La Semanal terminó con los mismos temas de siempre: la intervención del río de Gurabo, el metro y el teleférico, las obras de calles y hospitales, el fin prometido de los apagones, el crecimiento económico, SENASA: la corrupción que nunca toca al gobierno y la “independencia” de un Ministerio Público que solo ellos creen libre.
Yo quedé allí, con la pregunta intacta en la garganta, como una flecha que nunca salió del arco.
El teatro había cerrado sus puertas, y la ilusión de Arroyo del Toro y Los Cacaos de tener su carretera quedó, otra vez, a la intemperie y sus moradores acéfalos, sin autoridades que atiendan sus necesidades.

Comentarios
Publicar un comentario
Los comentarios de los lectores no deben ser ofensivos a personas e instituciones, de lo contrario nos revervamos el derecho de eliminar su publicación o no