Un cardenal del imperio al timón del Vaticano
CODIGO-32-SIPRED-OPINIÓN-
Por Rey Arturo Taveras
La historia, en su eterna danza de sorpresas, ha dejado caer una de sus máscaras más antiguas en el mundo religioso y de control espiritual de los pueblos.
El humo blanco que brotó de la Capilla Sixtina anunció al nuevo Papa, al tiempo que levantó la losa de un tabú secular: el Vicario de Cristo ahora habla con acento del imperio de occidente.
Con la elección de León XIV, el trono de Pedro se asienta por primera vez sobre el pecho de un hijo de la potencia hegemónica del planeta: Estados Unidos.
Robert Francis Prevost, el hombre detrás del nombre papal, no es un simple norteamericano, porque en su ADN espiritual habita un cruce de caminos: nació en Chicago, de sangre francesa y española, pero su alma parece haberse formado en los valles del Perú, donde sirvió durante décadas como obispo.
Su perfil, discreto como la brisa que no hace ruido pero arrastra hojas secas, fue el antídoto contra el rechazo.
No concedió entrevistas, no alzó la voz y, sin embargo, allí está, sobre el balcón de San Pedro, llamando al mundo a “construir puentes”.
Pero, ¿qué tipos de puentes puede construir un Papa surgido del corazón de un imperio en un mundo que se desangra en trincheras ideológicas, guerras fratricidas y hambrunas ignoradas?
¿Son esos puentes caminos hacia la paz, o vigas de acero que refuerzan la arquitectura de la hegemonía global?
Más que un pastor, León XIV es ahora, queriéndolo o no, una pieza clave en el ajedrez geopolítico y en el tablero de Estados Unidos.
En tanto que Donald Trump, quien ha regresado a la Casa Blanca como sombra en medio de la tormenta, se convierte en el primer presidente de su país en ver a un compatriota dirigir el timón espiritual del planeta.
La Casa Blanca ya no necesita tocar las puertas del Vaticano: basta con levantar el teléfono para ser escuchado por el santo padre.
El alma del catolicismo, ese continente invisible que une pueblos y culturas, podría inclinarse hacia la lógica del poder, hacia el interés nacional, hacia el mercado de las conciencias.
Sin ser ingenuos hay que entender que el Vaticano es también política, economía, influencia y, sobre todo, un Estado con el control de un poder invisible: La Religión.
Un Papa estadounidense puede significar, para algunos, la esperanza de reconciliar a una Iglesia desgarrada por tensiones ideológicas, sobre todo en su propia tierra. Pero también puede ser una tentación peligrosa: la de subordinar lo divino a lo estratégico, la fe a la conveniencia, la cruz al dólar y el dominio de occidente frente a sus adversarios orientales.
El mensaje de León XIV es noble: “Ayudadnos a construir puentes”. Pero, ¿con qué materiales se edificarán? ¿Con el oro de Wall Street, con las piedras de la diplomacia o con los ladrillos del Evangelio?
Cuando el alma del mundo se encuentra en manos del poder, los puentes pueden unir… o pueden servir para invadir con la cruz de Cristo, como hicieron los colonizadores europeos en el Nuevo Mundo.
Sin embargo, hay que confiar en la santa madre iglesia católica y esperar que el humo blanco, que ayer fue símbolo de esperanza, no se convierta nubes negras que traigan consigo un mar de sospecha.
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