Estudiante haitiana lleva pistola a escuela y amenaza de muerte a compañera y a su madre
Cuando el aula se convierte en amenaza de muerte se debe hacer un disparo a la conciencia nacional.
Por Rey Arturo Taveras
En el santuario que debería ser una escuela pública, donde los niños y niñas van a construir sueños, se ha colado la sombra del terror.
La noticia sobre una adolescente, de origen haitiano, que llevó un arma de fuego al Centro Educativo Salustina Bans Batista, en Santiago de Los Caballeros, es un grito que debe alertar al Ministerio de Educación, al gobierno y a toda la sociedad.
Hay que cuestionar la clase de monstruo se están formando en el sistema educativo dominicano cuando una niña de apenas catorce años, en vez de lápices, carga una pistola en su mochila y la utiliza para amenizar a una compañera de estudios y a su madre, por denunciarla.
Ese peligroso hecho demuestra la falta de protección en las escuelas cuando el aula se convierte en escenario de amenazas y miedo, mientras las autoridades educativas prefieren el silencio cómplice al deber moral de actuar y poner correctivo de lugar.
Los hechos son espeluznantes, casi inverosímiles, y sin embargo reales: una menor exhibe un arma en plena clase para “impresionar”; amenaza a otra que se atrevió a hablar lo ocurrido con su madre y las supuestas figuras de autoridad, maestra y directora, responden con indiferencia, miedo o burocracia.
La maestra Wendy opta por “esperar a la psicóloga”, la cual no aparece y la directora del plantel se lava las manos como Pilato, diciendo que no pueden controlar lo que digan o hagan los estudiantes.
Lo ocurrido en la escuela Salustina Bans Batista, en Santiago , no es un caso aislado, es una grieta abierta en el muro de contención de la educación pública.
Es el síntoma de una enfermedad social profunda, donde la violencia se ha infiltrado hasta en las aulas, donde niñas ya hablan el lenguaje de la intimidación y gatillo pistolero, en mano de una niña haitiana, en momentos en que se habla más de racismo que de educación.
Hay preguntas que exigen respuestas urgentes: ¿Qué protocolos existen en las escuelas ante situaciones como esta? ¿Qué hace el Ministerio de Educación para garantizar que un aula sea un lugar seguro? ¿Dónde están los orientadores, los inspectores, la intervención psicológica y la Policía Escolar? ¿Acaso vamos a esperar a contar cadáveres en las escuelas para actuar?
No se puede permitir que la normalización del miedo se instale en el corazón de los niños.
No se trata de nacionalidades, si no de humanidad y de proteger a la infancia de los peligros que el mundo adulto no ha sabido contener.
Se necesita un Ministerio de Educación que no sea un mueble decorativo ni una fábrica de excusas.
Es necesario que en las escuelas haya directores que protejan, docentes que actúen, autoridades que intervengan y una sociedad que despierte ante la torcedura de la educación Dominicana.
Porque cuando el aula se convierte en amenaza, el disparo no es solo de una pistola, es un disparo directo al corazón de la nación.
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