Judas vive y el karma es su pena

CODIGO-32-SIPRED
Por Rey Arturo Taveras 
En el teatro crudo de la  modernidad, Judas respira y sigue traicionando, no murió en el árbol donde colgó su culpa, se multiplicó y sigue vivo en la eternidad.

Es un Judas que ronda por las oficinas, públicas y privadas, con traje y corbata de seda. Se viste de nobleza y se esconde en figuras maquilladas con falsedad, lleva su traición en discursos seductores, sonríe desde las pantallas de televisión y en las redes sociales, pacta en la sombra de los pasillos del poder y hasta reza de rodillas mientras vende al prójimo por monedas digitales. 

El Judas moderno no anda descalzo ni lleva túnica ni bolsa de cuero, lleva tarjetas negras,  de débito y crédito, hace contratos amañados en aposentos, llenos de palabras vacías. 

Ese Judas sube a estrados a defender al diablo y jura ante la justicia divina y la humana decir siempre la verdad y ser fiel con cada palabra.

Como dijo el Papa Francisco, en su homilía del miércoles santo, “el mundo está lleno de Judas modernos”. Están en la burocracia, en los gobiernos, entre los empresarios, en todas las estructuras de la sociedad. 

El Papa Francisco volvió a poner el dedo en la llaga de la civilización cuando dijo: “el alma de Judas no está en la traición como acto puntual, sino en el sistema que la institucionaliza.”

Cuando se normaliza explotar al débil, mentir con elegancia, pisar cabezas para subir, el diablo no tiene que entrar: ya tiene asiento reservado.

El Pontífice lo dijo sin ambages: “El diablo es un mal pagador”, porque promete poder, fama, riqueza y lo que entrega es un vacío existencial, culpa y soledad. 

Judas creyó ganar algo, pero terminó con las manos llenas de monedas malditas y el alma hecha trizas. 

¿Cuántos hoy negocian su conciencia a cambio de aplausos fugaces, riquezas materiales y privilegios corrompidos? ¿Cuántos “pequeños Judas” viven en el mundo o, peor aún, dentro de cada ser humano?

El papa Francisco no predica con el dedo alzado, sino con el corazón en carne viva. Por eso con su homilía del miércoles recuerda que “traicionar no siempre es un acto escandaloso, sino que  a veces es silencioso como el cancer”. 

Es un Judas el político que promete de todo para ganar adeptos y luego no cumple, el hombre que se casa por amor y en un arrebato celos mata a su mujer. 

También es un Judas el que calla ante la injusticia, quien ignora al que sufre y mira hacia otro lado cuando le conviene, el que traiciona para ganar espacio o inventa falsas historias por dinero o por fama. 

“Cada uno de nosotros tiene la capacidad de traicionar”, dijo el Santo Padre “y esa es la verdad más incómoda: todos llevamos un Judas adormecido que despierta cuando el interés personal toca la puerta.”

¿Dónde está tú pequeño Judas?, preguntó Francisco. Esa  pregunta, sencilla como un susurro y punzante como un puñal, desnuda hasta los tartufos que se visten de santo, dándose golpes de pecho en las iglesias y luego le clavan la daga al que llamaban amigo . 

Son Judas aquellos que estando llenos de culpa se miran en el espejo  del arrepentimiento y no reconocen que han vendido su alma al diablo, al cambiar lo sagrado por lo conveniente y el amor por la traición. 

Tal vez aún estemos a tiempo de no repetir la historia de Judas y no entregar al inocente, ni pactar con el cinismo, ni  dejar que el diablo facture en las decisiones personales. 

Tal vez podamos ser Pedro que llora y vuelve, en vez de Judas que huye y cae.
En este mundo de monedas brillantes y principios oxidados, la única revolución posible es la fidelidad al bien, aun cuando no sea rentable. 

En esa batalla, cada acto de justicia, cada renuncia al egoísmo, es una traición al Judas que llevamos dentro.

Pero aunque se arrepienta, al final, cada Judas tiene su karma como condena.

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