Daniel Taveras Polanco: el héroe anónimo que murió de pie en el Jet Set

CODIGO-32-SIPRED

Por Rey Arturo Taveras Polanco 

Cuando la noche se partió en mil pedazos sobre la pista del Jet Set, un hombre decidió no huir y arriesgar su vida para salvar a otras personas, en medio de la tormenta.

Su nombre era Daniel Taveras Polanco, y aunque en los listados oficiales apenas es una mención más entre los 231 fallecidos, para quienes lo conocieron, más que una estadística sombría, fue una llama encendida en la oscuridad, una muestra silenciosa de heroísmo sin aplausos. 

Dicen los testigos que pudo salvarse, porque ya había alcanzado el umbral de la puerta, una hendija por donde escapar que le abría la vida, pero al escuchar gritos ahogados pidiendo auxilio  decidió quedarse y ayudar a salvar vidas, sin imaginar que también la suya quedaría atrapada bajo los escombros de la muerte.

Lo único que se supo es que habría vuelto al cráter de la penumbra a socorrer a una mujer, desconocida o quizás amiga, pero en ese acto de valentía y amor al prójimo, un trozo de techo le cayó encima. 

Murió con la dignidad de los que se marchan sirviendo a los demás, no huyendo. Murió de pie, como los héroes que no llevan capa, pero sí corazón.

Daniel era bartender o mesero, anfitrión de risas, de brindis, de madrugadas sin relojes, siendo de los primeros que siempre recibía al fenecido merenguero Rubby Pérez cuando llegaba al Jet Set.

Era un hijo querido de Canca La Reina, tierra productiva, de montañas ruborizadas de maleza, gente humilde y de corazones grandes, henchidos de amor al prójimo. 

Aunque vivía en la capital, desde hacía años, sus raíces seguían ancladas en el verdor del citado distrito municipal de la provincia Espaillat, donde su gente llora desconsolada su muerte y el silencio sepulcral que cubre su heroicidad.

El nombre de Daniel no suena más alto y su historia no se narra en los medios de comunicación con la misma fuerza que las de otros, porque su heroísmo sencillo no vende titulares. Tal vez porque, en esta era de estridencias, los gestos nobles tienden a perderse como ecos en el viento. A lo mejor porque era un simple mesero, sin apellidos sonoros, un hombre que trabajaba por un pírrico salario y propinas para el sustento honrado de su familia.

Pero la memoria de Daniel Taveras Polanco no se disolverá  en la indiferencia como una lágrima en el mar. Él representa lo mejor de su comunidad: el instinto de proteger, la capacidad de amar al prójimo, incluso en el caos, la decisión de perderlo todo para salvar a otro es su mayor tesoro. 

Canca La Reina llora a un ciudadano dechado y honra a un hijo que murió como vivió: sirviendo. 

Daniel no tuvo un funeral de Estado, pero tuvo el respeto de un pueblo que no olvida. 

No fue noticia de portada, pero su acto es un poema escondido entre los escombros. No llevaba uniforme, pero su servicio fue completo.

Que la historia lo reivindique y que  su memoria nos recuerde que todavía hay quienes prefieren la muerte si esta sirve para regalarle la vida a otro.


Comentarios

  1. Ese es un testimonio digno de ser resaltado; como él, muchos trabajadores anónimos que perdieron sus vidas bajos los escombros, no son mencionados debido a que, no son generadores de grandes titulares y está sociedad, ha perdido el sentido de humanidad, porque ha sido cambiado por sonoridad y espectáculo.
    Dios bendiga a tantos que buscando la vida, encontraron la muerte!

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  2. Descanso eterno para esa gloria

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