El silbido del Cáñamo ya no anunciará empanadas, en Tamboril

CODIGO-32-SIPRE

POR REY ARTURO TAVERAS 

TAMBORIL, R.D.- Ha muerto el Cáñamo, en época de chichigua y habichuela con dulce. Se ha ido en el ombligo de la semana mayor. Ha muerto el hombre que regalaba  alegría y vendía empanadas. Ha muerto el alma que  recorría las arterias sanguíneas de Tamboril y Canca la Piedra, como un latido constante, montado en su pasola cual centauro de la mitología que nace en cotidianidad. 
Se ha silenciado el silbido más célebre de Tamboril, ese sonido agudo que brotaba de los labios del Cáñamo para anunciar alegría, afinado por el alma y propulsado por los pulmones de un hombre bueno que cautivaba con su presencia humilde. 
Guillermo Martínez, mejor conocido como “Cañamo”, más que un vendedor de empanadas, era un símbolo rodante, una tradición con rostro humano, un pregón con motor y corazón siempre encendido para conversar con los demás, sin importar status social. 
Además de anunciar  empanadas calientes, su silbido promovía  la vida misma, esa que se abraza entre  jocosidades y risas.
El Cañamo no vendía empanadas, ofrecía momentos de alegría y paz. Su caja de cartón era un altar ambulante del sabor popular, y su pasola, un carruaje humilde que cargaba esperanza envuelta en masa de harima, dorada por el fuego del amor a la vida. 
Siempre alegre y dinámico, con una empatía que no cabía en su cuerpo, decía ser hermano de todos, aunque la sangre lo unía a una prole, entre los que se destacan Planche, La Bomba,  Erasma, Pito, Nato y otros. Estaba unido a su familia y al pueblo como el universo une al sol con los planetas y demás estrellas.
Soñó con volar a Estados Unidos, pero la atracción humana lo mantuvo atrapado en su tierra y lo dejó volando en los aires de Tamboril, tocando el alma del pueblo sin despegar los pies del asfalto caliente de las calles que durante su vida pisó.
La ley de la vida se ha llevado al Cañamo, pero su esencia y su sabor seguirán endulzando los recuerdos. 
Se ha apagado una nota musical, sin acordes ni pentagramas, la que dejará de anunciar la llegada de las empanadas, pero el eco del pito humano de El Cáñamo seguirá  flotando entre las esquinas del recuerdo y se sentirá llegar a los colmados, como queriendo regresar el tiempo. 
Ya no lo veremos doblar las curvas ni llegar a centros deportivos, negocios y lugares de recreación con su sonrisa eterna y su caja misteriosa entre sus pierna, per  su pasola volará por la eternidad y sus empanadas se volverán leyenda.
Dios le dé el descanso que merece, y a sus familiares, la fortaleza para entender que hay muertes que duelen tanto porque en vida se amó demasiado. 
Tamboril no lo olvidará al Cáñamo, porque cuando un pueblo llora a uno de los suyos, no es por costumbre, es porque se le fue una parte del alma colectiva.

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