La Ayahuasca, el viaje del alma a través del tiempo y el universo, llega a R.D

CODIGO 32

Por Rey Arturo Taveras

Desde lo más profundo de la selva amazónica, donde los ríos son venas y la tierra late con el pulso de la historia, ha llegado a República Dominicana un brebaje ancestral que es llave y portal a dimensiones desconocidas. Las ceremonias  de la ayahuasca se desarrollan en espacios privados de ciudades turísticas del país, donde lleva años realizándose.

Ese brebaje o té se llama ayahuasca, la "soga de los espíritus", una infusión que teje la realidad con los sueños y abre las puertas de la percepción hacia lo invisible, a partir del consumo de una pócima que surge de la combinación de sustancias extraídas de dos árboles milenarios del Amazona.

Este elíxir místico y psicodélico, compuesto por Banisteriopsis caapi y Psychotria viridis, es una danza química entre la dimetiltriptamina (DMT) y los alcaloides harmalina y harmina.

Como un alquimista de la conciencia, la ayahuasca aumenta los niveles de serotonina y desata un torbellino de colores, visiones y revelaciones que trascienden el tiempo y el espacio que conmocionan a quienes la consumen, en el marco de un ritual nutrido de música chamana.

Más que una experiencia extraordinaria y transformadora, el consumo de ayahuasca es  un ritual que se convierte en  un puente entre la carne y el espíritu, donde la muerte y la vida se entrelazan como en un eterno juego de sombras y luces que se dimensionan en la consciencia, creando emociones que hacen reír, cantar, gritar o llorar.

Quienes se sumergen en su trance no ven la muerte como un final, sino como una metamorfosis, un simple cambio de vestiduras del alma que nunca muere y  que migra a través de las eras en un carrusel infinito que recorre el universo.

Los chamanes, guardianes de esta sabiduría ancestral, entonan los  cantos sagrados que son hilos invisibles en el telar del cosmos de las imágenes flash en tercera dimensión  que poner a  volar el pensamiento.

En el centro del círculo ritual, el chamán,  curandero o guía sopla humo de tabaco o  mapacho y esparce agua de Florida, ahuyentando sombras y abriendo senderos de luz con oraciones y canticos.

Los participantes, en un éxtasis contemplativo, sienten el peso de los años y las vidas pasadas que se deslizan por su conciencia como ríos de memorias olvidadas y expectaciones del futuro.

Los efectos de la ayahuasca son un naufragio y un renacimiento de vivencias olvidadas o por ocurrir, las que se revelan a cada persona de formas diferentes.

 Algunos viajeros del universo al que conduce la ayahuasca se ven envueltos en el remolino de "mareo", donde el cuerpo expulsa lo que el alma ya no necesita a través del vómito y el sudor.

Otros son llevados por corrientes de visión y entendimiento, donde cada ser que ha tocado sus vidas aparece atado a un hilo dorado que conecta corazones y destinos, generando tristeza, alegrías, ira o compasión.

Sin embargo, no todos los peregrinos de la ayahuasca pueden surcar el río sagrado de imágenes multicolores con revelaciones que presenta.

La ayahuasca, aunque medicina para el espíritu, es un portal peligroso para quienes cargan males del cuerpo o la mente. No es una simple bebida, sino un pacto, un salto al abismo de lo desconocido que solo algunos están listos para vivirlo enfrentarlo de manera satisfactoria

En la modernidad, este elíxir ancestral ha cruzado fronteras, convirtiéndose en una moda espiritual en ciudades lejanas a la selva, como Republica Dominicana, Estados Unidos y otros países, donde las ceremonias reciben artistas, empresarios, políticos, deportistas  y otras personalidades.

Entre luces y sombras, la esencia de la ayahuasca sigue intacta como  un susurro de la selva, una voz antigua que llama a los buscadores de la verdad a recordar que la humanidad y sus obras materiales forman parte del  polvo de estrellas que constituyen el cosmos, viajando en un sueño sin fin. Enseña que los humanos son entidades espirituales que moran en cuerpos de carnes y hueso que se fabrican en la convivencia coital de hombre-mujer, en el mundo animal que habita la tierra.

Con cada sorbo, las puertas de la percepción se abren de par en par. Sus sustancias, como pinceles de un artista invisible, pintan en la mente paisajes de colores inexplorados, revelando que la existencia no es más que un susurro en la inmensidad del cosmos. La serotonina danza en el cerebro como luciérnagas en la noche, iluminando el camino hacia un bienestar profundo, una catarsis de la esencia.

Dicen los chamanes que la Ayahuasca sana el cuerpo y que  despierta al espíritu dormido en la consciencia humana. 

Enseña que la vida en la Tierra es solo una chispa de un fuego eterno, que todo está tejido en la misma red invisible donde conviven lo humano, lo animal y lo vegetal. 

Muestra que la muerte,  más que un cambio de vestiduras, es un río que fluye sin fin, donde los cuerpos son caparazones temporales de una conciencia inmortal.

 En el umbral de la realidad y el ensueño, la Ayahuasca susurra verdades antiguas, las que indican que  el universo es un solo latido y que en cada ser habita un eco de la eternidad, encerrada en la memoria de un disco duro que se abre como un portal dimensional con la alteración de la membrana pituitaria, la que constituye que filtra los pensamientos hacia el cerebro.


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