París, Olimpo de Luz, cultura, idilio de amores y Leyendas

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Por Rey Arturo Taveras 

FRANCIA.-Llegar a París es como ascender al Olimpo, donde los sueños deambulan entre las sombras de la historia y la luz de la modernidad que conduce al cielo para un encuentro con los dioses.

Ciudad de Luz, no solo por el destello de sus farolas que acarician las noches, sino por la chispa de intelecto y arte que se ha encendido desde la Edad Media.

En las venas del Sena, ese río que abraza la ciudad como un lazo de seda, donde navegan siglos de poesía, historia  y poder.

Las aguas de tan imponente rio han visto desfilar a reyes, revolucionarios y románticos, reflejando las torres y las cúpulas que se alzan como gigantes dormidos.

La Torre Eiffel, metálico gigante de filigrana, se yergue como una aguja que cose cielo y tierra, símbolo de hierro y esperanza, metáfora viva del progreso humano.

París, cuna de Clodoveo y trono de emperadores como Napoleón Bonaparte, fue una vez el palacio del mundo cristiano.

Cada piedra de Notre Dame susurra cuentos de gárgolas y santos, con su rosetón que abre un ojo de colores hacia el infinito, como si la eternidad misma observara desde su ventanal.

La metrópolis, que albergó la pompa de Napoleón y la dulzura melancólica de los poetas malditos, despliega aún su capa de seda en Montmartre, donde las musas bailan en los cafés y el arte se cuela por las esquinas.

El Louvre, con su pirámide de cristal, encierra las almas inmortales de Mona Lisa y Venus, guardianas de un imperio sin fronteras ni tiempo.

Caminar por los Campos Elíseos es recorrer un camino de mármol y sueños, un pasillo al templo de la gloria donde el Arco de Triunfo corona las victorias humanas y las derrotas del olvido.

París, un suspiro que nunca envejece, sigue siendo musa de creadores, brújula de la moda y paleta de sabores que pintan la memoria con el pincel de la gastronomía.

Con un latido de casi 42  millones de almas que se mueven cada año, la capital francesa respira en armonía entre la tradición y la vanguardia, llevando sobre sus hombros el peso de una historia que no se agota, sino que, como el mejor de los vinos, se enriquece con el paso del tiempo.

París, diosa de piedra y luz, sigue siendo la dueña de los corazones que, como Ícaro, vuelan hacia su resplandor, siempre buscando tocar lo eterno


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