Panthera 7: Operación sombra de cocaína y complicidad
La luna, velada tras una
máscara de nubes, parecía haberse aliado con las sombras y los poderosos narcotraficantes,
dejando al Puerto Multimodal Caucedo envuelto en un manto de tinieblas que
acechaba como un depredador silencioso.
La Dirección Nacional de
Control de Drogas (DNCD), con la tensión de un león presto a saltar sobre su
presa, emitió la temida “alerta roja” de la posible existencia de un cargamento de dimensiones monstruosas: 9.8
toneladas de cocaína, un veneno blanco que prometía fortunas a unos y
desgracias a muchos.
Las autoridades afirman que
cerraron el perímetro del puerto, conscientes de que tras las paredes de acero
dormitaba la bestia del narcotráfico, alimentada por la avaricia global.
Mientras la red se cerraba,
los rumores —serpientes venenosas que se deslizan sin ser vistas— susurraban
sobre el movimiento del cargamento ilícito.
Fue entonces cuando en la pesquisa
surgieron las figuras fantasmales de los denominados "Clavadores",
encapuchados y vestidos de negro, empuñando armas que, como dragones de hierro,
exhalaban una amenaza mortal.
En medio de la fuga, su
ferocidad, nacida del miedo y la codicia, despojó al conductor de un camión
dorado de su libertad y también de su teléfono, un pequeño eslabón que
se convertiría en la clave de una larga cadena de eventos.
Guiados por un espectro sin
rostro a través de un teléfono, los encapuchados, marionetas del destino,
buscaron escapar de la jaula de la justicia antes de que se cerrara del todo.
Las autoridades afirman que
las cámaras de seguridad, ojos de un dios indiferente, captaron su huida:
cuatro sombras armadas cruzaron la calle Primera como fantasmas desafiantes,
mientras que el fusil que uno de ellos
llevaba era un emblema de una batalla perdida, una confesión muda de que la
violencia sigue siendo el lenguaje de los que no tienen palabras, sino balas y
sangre.
La impunidad: un reptil que se escurre por las grietas de la justicia
¿Cómo es posible que cuatro
hombres armados, grabados por las cámaras, desaparezcan como sombras al
amanecer? Este no es un caso aislado, sino un capítulo más en la crónica de una
justicia lenta y ciega, que observa pero no actúa con la rapidez necesaria.
Los contenedores, portadores
del progreso, se convirtieron en cofres de la avaricia que doblegan a los responsables
de la vigilancia y la fiscalización.
El puerto mismo, un símbolo
de desarrollo, se erigió como el escenario donde la ley y el delito libran su
batalla, un diálogo violento donde la verdad se esconde tras una cortina de
dinero sucio.
El decomiso de cocaína más
grande en la historia de la DNCD, no es
una victoria rotunda, sino un recordatorio brutal de que el narcotráfico ha
hundido sus raíces profundas en el tejido económico y social, floreciendo con
la complicidad que lo nutre.
Cada gramo de ese polvo
mortal esconde historias de sangre, sueños rotos y vidas truncadas. Y la
pregunta persiste: ¿dónde está la justicia?
Un espejo roto y las garras de la pantera
La Operación Panthera 7 es
un espejo roto que refleja las grietas del sistema, donde los hombres de negro
que escaparon son la imagen viva de una seguridad frágil y una justicia que
camina cuando debería correr.
Este caso, con su nombre
evocador de Pantera, es una llamada urgente a afilar las garras de la justicia,
para que no solo persiga a los peones del crimen, sino a los titiriteros que
mueven los hilos desde las sombras.
Las sombras no se disipan
solas y mientras la complicidad permanezca, noches como la del cinco de
diciembre serán el preludio de amaneceres plagados de tragedias.
La cifra de 9.8 toneladas de cocaína retumba como un eco en la conciencia colectiva, una prueba del abismo en el que nos hundimos. Pero, como el humo entre los dedos, preguntas vitales aún nos eluden: ¿quiénes son esos hombres invisibles para la justicia? Su presencia fue tan real como la oscuridad que aquella noche lo cubrió todo.
La búsqueda continúa, pero la
historia se repite.
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