Estados Unidos sin inmigrantes sería un auto sin motor

CODIGO-32-SIPRED
Por Rey Arturo Taveras 

Imaginar por un momento un Estados Unidos sin inmigrantes sería observar una nave interplanetaria sin propulsión por falta de motor.

El bullicio de los campos agrícolas quedaría en un inquietante silencio, los hoteles y restaurantes, vacíos de trabajadores que atiendan sus mesas o limpien sus habitaciones y los andamios de las grandes construcciones, abandonados en un letargo de hierro y cemento. 

Sin el motor de los inmigrantes, especialmente los indocumentados, la economía estadounidense enfrentaría una parálisis devastadora, como un reloj al que se le ha quitado la batería.

Los inmigrantes indocumentados, pese a los prejuicios que enfrentan, representan un pilar fundamental en los sectores más vulnerables de la economía de cualquier país desarrollado.

Según El Consejo Estadounidense de Inmigración, no partidista, las deportaciones masivas propuestas por el expresidente Donald Trump generarían “un gran shock” en industrias clave como la agricultura y la construcción. 

Entiende la organización que los inmigrantes  son las raíces que sostienen el árbol de la economía estadounidense y arrancarlas  lo debilitaría y dejaría al país al borde del colapso.

Las estadísticas oficiales indican que los inmigrantes indocumentados representaron en 2022 el 4.8% de la fuerza laboral estadounidense, más de 8 millones de trabajadores que contribuyen desde los campos hasta los hospitales. 

Ellos producen, consumen, pagan impuestos, y, en muchas ocasiones, crean empresas.

 El Instituto de Política Fiscal y Económica reporta que, en 2022, estos trabajadores aportaron casi 97,000 millones de dólares en impuestos.

 A partir de esos datos contundentes habría que preguntar  ¿Cómo podría sostenerse la infraestructura del país sin este aporte? 

Las escuelas, carreteras y servicios públicos que dependen de esos ingresos sufrirían el impacto inmediato.

Es irónico pensar que, a menudo, los inmigrantes son acusados de "robar empleos", cuando los sectores que más dependen de ellos, como la agricultura, la hotelería y la construcción, enfrentan una escasez de trabajadores nacionales dispuestos a realizar esas tareas. 

En ausencia de los inmigrantes, los precios de los alimentos y de la vivienda subirían dramáticamente, afectando a los mismos ciudadanos que las políticas antimigratorias dicen proteger.

Sin embargo, la contribución de los inmigrantes no se limita a lo económico, porque en un país con una población nativa cada vez más envejecida, son ellos quienes cuidan de los niños y de los adultos mayores. 

Los detractores argumentan que los inmigrantes son una carga, pero la realidad desmiente esta narrativa. 

Estudios han demostrado que las deportaciones masivas del pasado no aumentaron los salarios ni las tasas de empleo para los nacidos en Estados Unidos; al contrario, generaron pérdidas económicas y sociales. 

Esta retórica divisoria  es injusta y  peligrosa, ya que ignora el tejido humano que conecta a todas las comunidades.

Un Estados Unidos sin inmigrantes sería un país más pobre,  en términos económicos y  en su esencia como nación que se presenta como una potencia mundial. 

Sería una nación que se olvida de su propia historia, de esa promesa de refugio grabada en la Estatua de la Libertad: "Dame tus cansados, tus pobres, tus masas amontonadas que anhelan respirar en libertad".

Deportar a los inmigrantes es expulsar trabajadores,  arrancar sueños, separar familias y apagar esperanzas.

 Sería apagar el motor de la economía y dejar a Estados Unidos como una nave sin rumbo en el universo de naciones. 

Sería un país que pierde su alma, su esencia, y, sobre todo, su futuro.


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