Guerra en el Medio Oriente, entre el eco del 7-O y los designios bíblicos

CODIGO-32-SIPRED
Por Rey Arturo Taveras 

La tragedia que se desató el 7 de octubre del 2023, en Israel, una masacre terrorista que ha dejado cicatrices profundas en la humanidad, nos recuerda las antiguas narrativas bíblicas donde el conflicto y la lucha por la supervivencia son constantes, entre el llamado pueblo de Dios y sus enemigos.

En el actual escenario del Medio Oriente, la historia se repite: miles de muertos, entre ellos mujeres y niños, y un grito de desesperación que resuena como un lamento en la tierra prometida, donde el fuego de los misiles, bombas y rayos láser pulverizan edificaciones y mandan al mas allá vidas humanas.

A través de las páginas de la Biblia, encontramos relatos que retratan la búsqueda incesante de paz en un mundo plagado de violencia, la que con los recursos técnicos modernos apuntan hacia una guerra nuclear.

El pueblo de Israel, a lo largo de los siglos, ha sido testigo de numerosas adversidades, siempre aferrándose a la esperanza y la fe, cual faro en medio de la tormenta. 

Sin embargo, hoy, como en tiempos pasados, se enfrenta a un enemigo decidido a desmantelar su existencia.

Las palabras de Hamás, Hizbolá e Irán son claras: la aniquilación total de Israel. Esta declaración de guerra, que parece sacada de las profecías más sombrías, invita a reflexionar sobre los designios del destino del mundo y la continuidad de la humanidad en la tierra como creación divina. 

¿Acaso no es la historia un ciclo interminable de levantamientos y caídas?

 El conflicto de Medio Oriente es como una tragedia griega que se reescribe con cada generación, donde los actores cambian pero el drama persiste.

Utilizando la metáfora del "caínismo", donde el hermano se convierte en el verdugo, el conflicto se enmarca en una lucha de raíces bíblicas. Como Caín y Abel, donde la envidia y la ira se convirtieron en el eco de la violencia, hoy las acciones terroristas resuenan con el mismo tono desgarrador en el pueblo de Dios.

La historia nos enseña que la violencia genera más violencia, y cada bomba caída, cada vida arrebatada, es un eco que reverberará en el tiempo.

La comunidad internacional observa este conflicto como un espectador pasivo, mientras las llamas de la guerra se avivan en el corazón del Medio Oriente.

 Sin embargo, el costo humano es innegable: un mar de luto que abarca generaciones. Mujeres y niños, inocentes atrapados en un torbellino de odio, son las primeras víctimas de esta tragedia. En sus rostros, se refleja el dolor que trasciende fronteras, un dolor que clama por compasión y justicia.

En medio de este caos, surgen voces que piden paz, recordándonos que los verdaderos designios bíblicos no son los de la destrucción, sino los de la reconciliación, el amor y la esperanza. 

La historia nos ofrece lecciones, pero también advertencias. La falta de diálogo y entendimiento solo alimenta el ciclo de violencia que, al final, no beneficia a nadie.

El 7-O se convierte así en un punto de inflexión, un recordatorio de que la paz no es un destino, sino un viaje que requiere valentía, compromiso y, sobre todo, un deseo genuino de sanar las heridas del pasado. 

En un mundo que parece olvidar las lecciones de la historia, es vital que recordemos que, aunque los conflictos sean inevitables, la forma en que respondemos a ellos define nuestra humanidad.

Como dice el Salmo 34:14: "Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela". En estos tiempos oscuros, busquemos la paz y abracemos la esperanza, porque en el corazón de cada conflicto hay una oportunidad para el renacimiento.


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