El Vuelo de Jesús María, en pencas de Coco
En el tranquilo y
productivo municipio de Tamboril, donde los días se deslizan como suaves
corrientes de agua en el tiempo, bajo un sol ardiente calmado por el frescor de los vientos alisios
que soplan desde las montañas, vive Jesús María Rubiera, conocido por sus aventuras
de mozalbete y como actor de teatro consagrado.
En su juventud,
Jesús María era un mozalbete ágil, delgado y de baja estatura, casi etéreo, que formaba
parte de un grupo travieso que mantenía a la comunidad en zozobra. Su figura de
salamandra blanca se confundía con las
sombras de los árboles, mientras él y sus amigos, apodados ‘’El Esquimalito’’, ‘’El
Maliante’’, ‘’El Alemán’’ y ‘’El Loco’’, se dedicaban a fechorías de patio:
robos de víveres, frutas y travesuras que dejaban huellas. Las bromas pesadas, las broncas juveniles y las puertas rotas eran testimonios de sus
andanzas callejeras.
Una tarde ardiente,
impulsados por la adrenalina de la aventura, el grupo decidió asaltar una finca
de cocos, en Jaina, en la parte nordeste del municipio, colindante con Canca la
Piedra, donde los cocoteros se levantaban como guardianes de un tesoro verde. El
sol brillaba cual faro ardiente en el cielo, y Jesús María, ligero como una
pluma y ágil como un gato, fue elegido para trepar a un cocotero y derribar sus
racimos cargados de frutas.
Con un machete
amarrado a la cintura, se erguía como un pájaro listo para emprender el vuelo.
Se aferró al largo y delgado cuerpo del árbol,
tan alto que apuntaba al cielo y, como
una lagartija, comenzó su ascenso, desafiando la gravedad cual acróbata en
un circo. Su habilidad para trepar los altos cocoteros era legendaria, por lo que lo consideraban el escalador de árboles con grandes altura más
ligero que había en Tamboril.
Con movimientos
rápidos y seguros se alzó hacia las ramas, donde lo esperaban los ramilletes de
cocos, que cayeron a la tierra como estrellas desprendiéndose del cielo.
Pero, en un giro inesperado, el dueño de la finca apareció, cual rayo en
medio de la tormenta. Su furia era palpable, y comenzó a gritarles a los
intrusos, cuyas voces parecían ladridos de
perro rabioso. Los compañeros de Jesús María, al ver al hombre, con machete en
mano y un revolver al cinto, huyeron como sombras despavoridas, dejando a su
compañero atrapado en la cima del árbol.
“¡Baja de ahí!”
gritó el hombre, con voz resonando como trueno en la tarde. Pero Jesús María, con el corazón palpitando con latidos de tambor
en marcha de guerra, se resistía a bajar por temor a la furia del hombre que lo
amenazaba desde tierra. Se aferraba a las ramas como si fueran su única
salvación. En un arranque de ira y desesperación, el dueño de la finca tomó un hacha y
comenzó a derribar el árbol, con el eco de los golpes resonando en el aire.
Como rio desbordado,
el pánico invadió el diminuto cuerpo de Jesús María. Un sabor amargo, que le subía desde el estómago, le hizo sentir la muerte en la boca. Con los sentidos acelerados, tuvo una idea
audaz, la que consideró su salvación. Con el machete que aún empuñaba, cortó
dos pencas del árbol, se aferró a ellas y, tras soltar el machete, saltó al
vacío, desafiando la gravedad. Voló como ave, aterrizando de pies al otro lado de la
finca, cual avión que se precipita a tierra, de emergencia, pero logra un
aterrizaje perfecto. Aquel instante,
congelado en el tiempo, fue su momento de gloria, cuya historia comenzó a
correr como pólvora en Tamboril.
Jesús María huyó
raudo y veloz de lugar, con el eco de las amenazas del hombre resonando a sus
espaldas. Se adentró en los montes, saltando alambradas, empalizadas y otras cercas. Parecía un río desbordado que busca su
cauce, dejando atrás el revuelo de las hojas secas, los murmullos de la naturaleza, el ladrido de los perros y
la voz amenazante de su perseguidor, ahogaba en la distancia. Aquella
experiencia marcó un punto de inflexión en su vida.
Con el tiempo, las
travesuras quedaron atrás. Jesús María encontró su lugar en el mundo del
teatro, participando como utilero y actor en un grupo llamado Teatro Popular
Cantón (TEPOCAN). Las tablas del escenario se convirtieron en su nuevo hogar, y
su talento brilló como un faro encendido en la penumbra. Se destacó como uno de los
mejores actores de teatro, en Tamboril, transformando su energía y agilidad en
arte.
Nacido el 28 de
mayo de 1954, Jesús María no solo trascendió su historia de travesuras; sino
que su vida como actor se convirtió en un legado histórico de su pueblo. A lo largo de su
vida se ha dedicado a varios oficios y, tras superar la barrera de los 70 años,
conserva la chispa de un niño, siempre humorista y simpático, convertido en un
distinguido miembro de la Policía Municipal de Tamboril.
Su vida, una
travesía llena de metamorfosis, se erige como un árbol robusto, con raíces
profundas en la comunidad. El niño travieso
que había robado cocos se convirtió en un hombre que roba sonrisas, recordando
siempre que el verdadero vuelo es aquel que se da hacia un destino lleno de
esperanza, paz, tranquilidad y buenas acciones.
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