El Vuelo de Jesús María, en pencas de Coco

CODIGO-32-SIPRED
Cuento de una historia Real 

Por Rey Arturo Taveras 

En el tranquilo y productivo municipio de Tamboril, donde los días se deslizan como suaves corrientes de agua en el tiempo, bajo un sol ardiente  calmado por el frescor de los vientos alisios que soplan desde las montañas, vive Jesús María Rubiera, conocido por sus aventuras de mozalbete y como actor de teatro consagrado.

En su juventud, Jesús María era un mozalbete ágil, delgado  y de baja estatura, casi etéreo, que formaba parte de un grupo travieso que mantenía a la comunidad en zozobra. Su figura de salamandra blanca  se confundía con las sombras de los árboles, mientras él y sus amigos, apodados ‘’El Esquimalito’’, ‘’El Maliante’’, ‘’El Alemán’’ y ‘’El Loco’’, se dedicaban a fechorías de patio: robos de víveres, frutas y travesuras que dejaban huellas. Las bromas pesadas, las broncas juveniles  y las puertas rotas eran testimonios de sus andanzas callejeras.

Una tarde ardiente, impulsados por la adrenalina de la aventura, el grupo decidió asaltar una finca de cocos, en Jaina, en la parte nordeste del municipio, colindante con Canca la Piedra, donde los cocoteros se levantaban como guardianes de un tesoro verde. El sol brillaba cual  faro ardiente en el cielo, y Jesús María, ligero como una pluma y ágil como un gato, fue elegido para trepar a un cocotero y derribar sus racimos cargados de frutas.

Con un machete amarrado a la cintura, se erguía como un pájaro listo para emprender el vuelo. Se aferró al largo y delgado cuerpo  del árbol, tan alto que apuntaba al cielo  y, como una lagartija, comenzó su ascenso, desafiando la gravedad cual acróbata en un circo. Su habilidad para trepar los altos cocoteros era legendaria, por lo que  lo consideraban  el escalador de árboles con grandes altura más ligero que había en Tamboril.

Con movimientos rápidos y seguros se alzó hacia las ramas, donde lo esperaban los ramilletes de cocos, que cayeron a la tierra como estrellas desprendiéndose del cielo. Pero, en un giro inesperado, el dueño de la finca apareció, cual rayo en medio de la tormenta. Su furia era palpable, y comenzó a gritarles a los intrusos, cuyas voces  parecían ladridos de perro rabioso. Los compañeros de Jesús María, al ver al hombre, con machete en mano y un revolver al cinto, huyeron como sombras despavoridas, dejando a su compañero atrapado en la cima del árbol.

“¡Baja de ahí!” gritó el hombre, con  voz resonando como trueno en la tarde. Pero Jesús María, con el corazón palpitando con latidos de tambor en marcha de guerra, se resistía a bajar por temor a la furia del hombre que lo amenazaba desde tierra. Se aferraba a las ramas como si fueran su única salvación. En un arranque de ira y desesperación, el dueño de la finca  tomó un hacha y comenzó a derribar el árbol, con el eco de los golpes resonando en el aire.

Como rio desbordado, el pánico invadió el diminuto cuerpo de Jesús María. Un sabor amargo, que le subía desde el estómago, le hizo sentir la muerte en la boca. Con los sentidos acelerados, tuvo una idea audaz, la que consideró su salvación. Con el machete que aún empuñaba, cortó dos pencas del árbol, se aferró a ellas y, tras soltar el machete, saltó al vacío, desafiando la gravedad. Voló como  ave, aterrizando de pies al otro lado de la finca, cual avión que se precipita a tierra, de emergencia, pero logra un aterrizaje perfecto. Aquel instante, congelado en el tiempo, fue su momento de gloria, cuya historia comenzó a correr como pólvora en Tamboril.

Jesús María huyó raudo y veloz de lugar, con el eco de las amenazas del hombre resonando a sus espaldas. Se adentró en los montes, saltando alambradas, empalizadas  y otras cercas. Parecía un río desbordado  que busca su cauce, dejando atrás el revuelo de las hojas secas, los murmullos de la naturaleza, el ladrido de los perros  y la voz amenazante de su perseguidor, ahogaba en la distancia. Aquella experiencia marcó un punto de inflexión en su vida.

Con el tiempo, las travesuras quedaron atrás. Jesús María encontró su lugar en el mundo del teatro, participando como utilero y actor en un grupo llamado Teatro Popular Cantón (TEPOCAN). Las tablas del escenario se convirtieron en su nuevo hogar, y su talento brilló como un faro encendido  en la penumbra. Se destacó como uno de los mejores actores de teatro, en Tamboril, transformando su energía y agilidad en arte.

Nacido el 28 de mayo de 1954, Jesús María no solo trascendió su historia de travesuras; sino que su vida como actor se convirtió en un legado histórico de su pueblo. A lo largo de su vida se ha dedicado a varios oficios y, tras superar la barrera de los 70 años, conserva la chispa de un niño, siempre humorista y simpático, convertido en un distinguido miembro de la Policía Municipal de Tamboril.

Su vida, una travesía llena de metamorfosis, se erige como un árbol robusto, con raíces profundas en la comunidad. El niño travieso que había robado cocos se convirtió en un hombre que roba sonrisas, recordando siempre que el verdadero vuelo es aquel que se da hacia un destino lleno de esperanza, paz, tranquilidad y buenas acciones.


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