CODIGO 32
Estudios recientes no sólo confirman la importancia de la
comunicación táctil en el hombre, sino sus beneficios en la salud. No en vano,
el cuerpo humano posee unos cinco millones de terminaciones nerviosas. Así que
ofrézcale el regalo número uno de nuestra lista de 50 a su media naranja y
acaríciela con ternura.
Por Llum Quiñonero.
Dicen que las caricias son el lenguaje del amor, ¿quién lo
duda? Sin embargo, andamos por la vida hambrientos de piel, abandonados de
abrazos, huérfanos de ternura... Las consultas de los expertos están repletas
de solitarios por libre o en pareja que han perdido la costumbre de disfrutar
de ellas, de comunicarse con la piel abiertamente. Sin embargo, son el mejor
regalo. No sólo porque en el roce con el otro aprendemos de nosotros mismos,
sabemos cuáles son exactamente aquellas miradas que nos derriten, los abrazos
que nos sosiegan; sino porque, además, se consigue un bienestar psíquico y
hasta beneficios para nuestra salud.
Así lo demuestra un estudio reciente de la Universidad de
Carolina del Norte (Estados Unidos), que ha analizado las reacciones químicas y
hormonales que se producen en los cuerpos ante el contacto. Según sus
comprobaciones, las mujeres responden a las caricias con una desaceleración de
su presión sanguínea; sin embargo, cuando las caricias son recibidas por los
hombres no hay ningún cambio en su presión arterial. En el caso de ellas,
también se produce una estimulación del cerebro que hace que éste produzca
oxitocina, una sustancia que desacelera el corazón. En ellos, podría significar
que la testosterona puede cortar los efectos de la oxitocina. Ahora, los
expertos tratan de averiguar qué ocurre, por qué los hombres se resisten más
que las mujeres a las caricias si no tienen una finalidad sexual.
Pase lo que pase con la oxitocina o con la testosterona,
hombres y mujeres necesitan, lo sepan o no, tocar y ser tocados. Para Cristina
Corbella, terapeuta sexual y psicóloga, miembro de la Asociación Garaia
de Sexología, de Bilbao, “las caricias son esenciales para la salud física y
también para la emocional y generan unos lazos de intimidad más profundos que
ningún otro tipo de contacto.
¿Por qué son tan placenteras? Sencillamente porque estimulan
la segregación de endorfinas, sustancias naturales sintetizadas por el
organismo humano, con efectos semejantes a la morfina pero sin sus efectos
secundarios; así que cada vez que experimentamos placer, cuando sentimos
estados de euforia y felicidad o cuando nos invade la particular sensación de
disfrute que provoca el enamoramiento o el contacto afectuoso y tierno con
nuestra pareja, estamos generando endorfinas”.
Temor al rechazo. Pero hay quienes se sienten inseguros,
tensos ante las caricias, y se muestran torpes para expresar el propio afecto a
su pareja. “Una niña o un niño poco tocado en su infancia, cuando se convierta
en adulto difícilmente se entregará para relacionarse en profundidad con otra
persona; incluso le costará expresar cariño por temor al rechazo. A veces, tal
comportamiento se resuelve con una psicoterapia o a través de una pareja firme
y afectuosa, capaz de generarle confianza en sí mismo y en la proximidad que
nunca tuvo”, afirma Francisco Cabello, psicólogo especializado en terapias
sexuales.
El cuerpo humano adulto posee como media cerca de dos metros
cuadrados de piel que contienen aproximadamente cinco millones de diminutas
terminaciones que actúan como transmisores de las sensaciones, nos mantienen en
contacto con el medio, nos protegen de él, nos proporcionan información sobre
lo que necesitamos, lo que nos da placer o lo que nos duele o nos molesta.
Los investigadores aseguran que la carencia de caricias
durante la infancia tiene graves efectos para la vida adulta y que los bebés
necesitan para su desarrollo saludable que se les toque. Para la terapeuta
norteamericana Phyllis K. Davis, autora de El poder del tacto (Ed. Paidós), “la
estimulación táctil del bebé aumenta su habilidad general y su capacidad de
aprendizaje”. Pero esa necesidad no termina en la infancia.
Nos tocamos poco y, según avanza nuestra vida social, el
contacto físico va en descenso. Se seduce con la palabra, a través del chat, se
toca el corazón con el mensaje corto, a través del móvil, o por medio de una
imagen o de un sonido. Pero, ¿cuándo entramos en contacto físico? Luis Segura
afirma que muchos jóvenes, virtuosos de la conquista cibernética y virtual, se
inhiben ante el acercamiento cuerpo a cuerpo. Parece que la vista le ha ganado
la partida al tacto, que actúa como estímulo de barrera que nos dificulta
llegar al cuerpo. Jesús Navas, cirujano y dermatólogo, miembro del Departamento
de Dermatología de la Clínica San Carlos de Alicante, es tajante: “Podemos
vivir y crecer sin vista y sin oído, pero no sin tacto”.
“El acto de tocar –asegura la norteamericana Davis–, puede
comunicar más amor en cinco segundos que las palabras en cinco minutos. Abrazar
a alguien que ha tenido un mal día puede ser más curativo y reconfortante que
todas las palabras de apoyo que seamos capaces de articular”.
Para Segura, “si no nos acariciamos, nos convertimos en una
especie de analfabetos emocionales que desconocemos en buena medida el lenguaje
del corazón. Ese lenguaje necesita expresarse de muchos modos pero uno,
esencial, es a través de la piel, nuestro órgano emocional y sexual más
importante”.
Encorsetados. Así, caricia es todo aquello que nos hace
sentir bien y, según Corbella, “no hay técnicas ni recetas, ni se puede
considerar que una sea mejor que otra; la más adecuada es justo esa que nos
hace sentir mejor en ese preciso momento. Es la manifestación de una emoción, importante
por sí misma, que nos une intensamente con el otro”.
Es por ello que, en opinión de Segura, “el contacto físico
es una fuente de salud y de felicidad al alcance de nuestra mano; tocándonos
expresamos mejor que de ninguna otra manera ternura, alegría, deseo, amor, una
infinidad de emociones llenas de matices, imprescindibles para comunicarnos con
aquella persona a la que más unidos estamos. Estamos tan encorsetados por las
pautas de conducta sociales que nos alejamos de nuestras sensaciones; tocamos
escasamente a los otros salvo con un fin preestablecido, sea un saludo o una
despedida, incluso el acercamiento físico a nuestra pareja tiene con frecuencia
el único objetivo de la relación sexual que, así planteada, resulta cada vez
menos satisfactoria y plena”.
Para facilitar a las parejas un acercamiento físico, hay
juegos que ayudan a desinhibirse, son aquellos en los que se dejan de lado los
gestos más estrictamente sexuales para centrarse en la expresión de ternura y
de cariño con caricias repartidas por el cuerpo, sin más finalidad que tocarse,
olerse, mirarse, sentirse. “Se trata de un proceso de investigación del propio
cuerpo y del cuerpo del otro, para descubrir y disfrutar la sensibilidad de
cada cual. Si nos damos confianza, sin esperar que nada ocurra, centrándonos en
lo que sucede ahora, estamos abriéndonos al placer que proporcionan las
caricias, aprendiendo a distinguirlas, a disfrutarlas”, analiza Corbella.
Según la experiencia clínica del psicólogo Luis Segura, “si
una pareja se comunica bien en su relación sexual, difícilmente no lo hará en
otros terrenos, lo que no significa que no haya conflictos, sino que estos se
afrontarán con la confianza necesaria para buscar las soluciones”.
La pareja necesita tiempo y espacio para compartir. “Hemos
de darnos tiempo para descubrir qué nos da placer”, afirma Corbella. “Si nos
permitimos conectarnos con las caricias sin esperar nada más a cambio, estamos
abriendo nuestra piel al placer”.
El contacto sexual es una forma más de comunicación, una
respuesta voluptuosa de la piel en la que las caricias se convierten en
protagonistas. Como asegura Francisco Cabello, “cuando acaricias a alguien no
le estás pidiendo que se desnude, sino que te abra el corazón, lo que pretendes
y quieres es que cuente contigo.
En la medida en que estemos más satisfechos de caricias, de
contacto, necesitaremos menos del sexo explícito. Todos, jóvenes o ancianos,
necesitamos ser tocados y tocar, acariciar y ser acariciados, porque el tacto
es también la experiencia y un intenso acto de comunicación en sí mismo”.
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