Tamboril despide con tristeza a su filántropo eterno: Rafael Antonio Caraballo (Baby)

CODIGO32-SIPRED 
Por Rey Arturo Taveras 

Por un instante, el municipio entero pareció detener el pulso. Tamboril amaneció cubierto por un velo de nostalgia, como si el viento se negara a avanzar sin antes despedir a uno de sus hijos más nobles.

TAMBORIL, R.D.- Rafael Antonio Caraballo, el siempre recordado Don Baby, fue sepultado en el cementerio municipal entre lágrimas, abrazos temblorosos y un sentimiento de orfandad colectiva. 

La parroquia San Rafael, convertida en santuario íntimo, acogió a empresarios, políticos, intelectuales y a la gente sencilla que él tanto amó, todos reunidos bajo la voz serena del sacerdote Javier Báez. 

Allí, donde las campanas resonaron con un sonido más triste que de costumbre, el pueblo le ofreció su último adiós espiritual.

Baby era bondad convertida en costumbre, desprendimiento hecho oficio, generosidad que no pedía escenario. Vivía con esa sonrisa franca, mitad timidez, mitad grandeza,  que distingue a los espíritus excepcionales.

En los años 80, cuando el negocio de los carros usados apenas nacía y la economía dominicana empezaba a respirar más fuerte, fundó NEVESA, un conglomerado de venta y financiamiento de vehículos que brotó de su visión y de ese empeño casi místico por trabajar. 

Sin títulos académicos ni credenciales corporativas, levantó desde cero un emporio que se convirtió en símbolo del Cibao y orgullo indeleble de Tamboril.

Su expansión fue tan amplia como humilde era.m su ser. 

Si su éxito empresarial fue admirable, más lo fue la sinergia virtuosa que creó entre su crecimiento económico y el bienestar del pueblo.

Don Baby tenía un corazón del tamaño de un país y con su generosidad  pagó estudios y construyó destinos.

Tamboril floreció con sus negocios, pero también con las oportunidades que sembró en cada familia, en cada joven, en cada historia que tocó. 

A sus hijos los formó con empeño; a su comunidad la empujó con becas, préstamos y puertas abiertas.

Regaló las primeras guaguas universitarias para que los jóvenes pudieran estudiar en Santiago; construyó canchas, clubes, parques y el segundo play del pueblo. 

En cada obra dejó un pedazo de su alma.

En Canca la Piedra y Tamboril su nombre se pronuncia con respeto: un play, una cancha, un club y un parque cuentan su historia en silencio, como testigos permanentes de su bondad.

Caraballo fue empresario de mirada larga y pasos firmes. Donde otros veían un terreno baldío, él veía futuro. 

Así nació un grupo de negocios que marcaron la región: NEVESA, su financiera, su dealer de vehículos nuevos y usados, y más recientemente el Jarabacoa River Club, un proyecto turístico que hoy se erige majestuoso en Pinar Quemado, recordando que su visión siempre fue más grande que su tiempo.

Pero si el empresario brilló, el ser humano deslumbró. Don Baby fue un altruista sin pausa, un pilar social, un colaborador incansable de causas deportivas, comunitarias y humanas.

 “A quien Dios le da, el pueblo lo reclama”, dice el refrán. Y el pueblo lo reclamó siempre como suyo.

Hoy lo lloran su esposa inseparable, doña Tala, sus hijos Luís, Francis y Che, familiares, amigos y una extensa red de corazones tocados por sus manos generosas. 

Lo despiden después de una larga batalla contra los quebrantos de salud, pero también después de una vida plena, útil, fértil en obras.

En vida recibió reconocimientos importantes, aunque ninguno tan grande como el cariño que hoy lo honra.

Rafael Antonio Caraballo se va como vivió: dejándolo todo sembrado.

Su legado vive en la memoria de su pueblo, en las obras que construyó, en las oportunidades que creó, en el silencio reverente con que Tamboril cubre su partida.

Su vida fue un camino de servicio y su memoria, una antorcha que seguirá iluminando a Canca la Piedra, Tamboril y Jarabacoa.

Su nombre es  un eco persistente de la mayor riqueza que puede tener un hombre: haber vivido para los demás.



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