La niñez ante las sombras del mundo moderno
Por Rey Arturo Taveras
El 20 de noviembre, Día Mundial de la Infancia, la humanidad vuelve a mirarse en el espejo más puro que posee: los niños, esos pequeños faros de alegría que, aun en medio de las tormentas, siguen mostrando hacia dónde debería dirigirse el barco social.
Son ellos, con sus risas de campana, sus pasos de pluma, su inocencia que aún no conoce el desgaste del tiempo, quienes revelan la grandeza o la miseria moral de nuestras sociedades.
Hoy, como nunca, la niñez está atravesando un campo minado del que muy pocos salen ilesos.
La primera sombra es la violencia intrafamiliar, esa bestia silenciosa que no ruge, pero que desgarra los hogares, casi siempre con secuelas de traumas y muerte,
Muchos niños crecen dentro de hogares donde el grito reemplaza al consejo y el golpe suplanta al abrazo.
El hogar, que debería ser nido y remanso de paz, se convierte en trinchera de ira, donde el amor muere o es suplantado por el celular y su contenido difuso.
Cada vez que un niño se oculta bajo una mesa para protegerse de la furia adulta, la humanidad pierde un pétalo.
También están los antivalores, que se cuelan como serpientes de humo por las rendijas de la sociedad.
El irrespeto, la intolerancia, la crueldad digital, la burla convertida en espectáculo…
Los niños crecen en un mundo donde a veces parece que la empatía es un lujo y no una esencia de vida familiar.
Lo que la sociedad normaliza, la infancia lo imita y lo que la infancia imita… es el futuro que nos espera.
La violencia psicológica que sufren los niños también trasciende la intimidad del hogar, a través de las tecnologías que , con las redes sociales, son la espada de dos filos del siglo XXI.
Por un lado, abren puertas: conocimiento al alcance de un clic, oportunidades educativas, conexión con el mundo. Pero por otro, devoran tiempo, atenúan la creatividad, moldean identidades frágiles y exponen a los niños a un océano donde nadan tanto perlas como tiburones depredadores.
La pantalla puede ser linterna… o laberinto, en el que muchos pequeños quedan atrapados sin brújula afectiva.
Empero, vivimos en un mundo donde las familias y las realidades sociales adoptan múltiples formas.
La infancia observa estos cambios y, como esponja, busca entenderlos.
El desafío no es la diversidad en sí, sino la falta de orientación, diálogo y acompañamiento, que deja al niño navegando sin mapa en un mar donde abundan la confusión y el prejuicio.
La guía adulta, respetuosa, comprensiva y responsable, es más necesaria que nunca.
Pero quizá la sombra más antigua, la que no ha podido ser erradicada, es la pobreza.
La pobreza es un invierno perpetuo que apaga sonrisas, que obliga a madurar antes de tiempo, que roba la escuela y la convierte en sueño, que transforma los juguetes en privilegios y las esperanzas en quimeras.
Un niño pobre no carece solo de bienes; carece de oportunidades, de amor y comprensión y eso es un crimen silencioso.
El 20 de noviembre no es una fecha cualquiera, es un día para despertar en vez de celebrar, porque la infancia es una llama frágil y si no se le presta cuidamos, se apaga.
Cada niño es un universo en construcción, y padres, tutores, maestros, líderes, comunidades son los arquitectos de su destino.
Promover su bienestar, proteger sus derechos, escuchar sus voces y defender sus sueños no es un acto de buena voluntad: es una obligación moral, humana y eterna.
Los niños no son el futuro: son el presente que juzga a sus progenitores y a la sociedad, a quienes reclamará el fracaso o felicitará por los triunfos obtenido.

Comentarios
Publicar un comentario
Los comentarios de los lectores no deben ser ofensivos a personas e instituciones, de lo contrario nos revervamos el derecho de eliminar su publicación o no