Luis Abinader: Un estratega que camina entre fuego y hielo
En la arena política, donde las lealtades son tan frágiles
como el cristal y las traiciones tan comunes como el amanecer de un día lluvioso
en invierno, el presidente Luis Abinader parece haber adoptado la figura del
alquimista del sistema partidario dominicano.
Con movimientos calculados, Abinader ha convertido a
opositores en aliados y el descontento
de sus compañeros en fuerza política,
erigiendo una maquinaria que, como un río en crecida, arrastra todo a su paso,
a pesar de los muros de contención que existen en el PRM.
Desde la designación de Roberto Salcedo como embajador en
Panamá hasta los nombramientos de otras
figuras históricas del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y otras
fuerzas opositoras, Abinader ha demostrado que, en política, aprovechar el arte del cambio
de bando, considerado una traición, es
una estrategia poderosa para mantenerse como el astro Rey del universo político
de un país.
Así, cual el famoso
Odiseo de la mitología griega, enfrentando los retos de su viaje a Troya, el
mandatario dominicano ha sorteado los escollos de las críticas internas del PRM
y ha creado su propio caballo de fuerzas opositoras consolidando un poder que
trasciende los muros de su partido.
La militancia del PRM al acecho
Sin embargo, esta estrategia no ha estado exenta de
tormentas: La militancia del PRM observa, con una mezcla de asombro y
resentimiento, lo que ha ocurrido con Roberto Salcedo y su hijo Roberto Ángel Salcedo o Modesto Guzmán, antes
acérrimos opositores, ahora ocupan cargos de relevancia en el gobierno.
Para muchos perremeistas lo que ha orquestado el presidente
Abinader es un banquete donde los invitados son extraños que se comen el pastel
y los anfitriones quedan fuera de la mesa, lánguidos de hambre y con esfuerzos
frustrados por lo que consideran ingratitud.
Es innegable que Abinader está construyendo su propio reino
político, con dirigentes fieles de su
entorno, amigos civiles y
opositores que le deben más a él que al
partido, por lo que se puede colegir que está consolidando la maquinaria que lo
llevará a tener control político más
allá de la presidencia de la República.
Este movimiento recuerda al escultor que, frente a una roca
inmensa, cincela su obra con precisión, sin importar cuántas astillas caigan al
suelo ni a cuantas personas puedan herir.
Pero esta estrategia
tiene un precio amargo y peligroso: los celos y las críticas que se
levantan como un huracán, especialmente desde los bastiones del expresidente
Hipólito Mejía, quien busca su propia continuidad a través de los ojos y la voz
de su hija Carolina.
En medio de esta danza de intereses, el presidente parece
ser consciente de que la política es un tablero de ajedrez donde cada pieza
tiene un papel y cada movimiento, una consecuencia. Al traer a su lado a
antiguos adversarios, Abinader no solo debilita a la oposición, sino que
también fortalece su posición frente a las pugnas internas.
¿Un futuro incierto o un plan maestro?
La historia de la República Dominicana está repleta de
líderes que prometieron cambio y se dejaron atrapar por los tentáculos del poder.
Las designaciones de figuras como Julio César Valentín,
Maritza López de Ortiz y otros líderes sociales demuestran que el mandatario no
solo construye un equipo, sino que teje una red. Cada nombramiento es un hilo
que, al unirse, forma un tapiz político que busca consolidar su influencia más
allá del corto plazo. Pero, como en toda obra de arte, el éxito dependerá de
los detalles.
Abinader camina por una cuerda floja que al tensarse se
puede romper y hacerlo caer al fuego de los perremeístas descontentos que
claman justicia y reconocimiento o al
hielo de una oposición desarmada pero no olvidada.
En Luis Abinader se puede ver a un líder político que, cual equilibrista, avanza con cautela,
consciente de que un paso en falso podría ser fatal.
Empero, el tiempo dirá si este juego de poder fue un acto de
genio o de ambición desmedida de un
presidente que juega una partida difícil
en el tablero de la política, en el que no basta con mover las piezas,
sino prever cada jugada, incluso las
miradas y actitudes de aquellos que están fuera de la partida y de quienes, en
silencio, esperan como serpientes el momento del ataque.
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