El doctor Jorge Armando Martínez Capellán ("Ico"), un faro de filantropía y altruismo

CODIGO-32-SIPRED 
Por Rey Arturo Taveras 

Biografía de Jorge Armando Martínez Capellán ("Ico")

En el vasto y sereno municipio de Tamboril, en la villa de Los Samanes, donde los susurros del pasado aún resuenan en cada rincón, el nombre de Jorge Armando Martínez Capellán, conocido cariñosamente como "Ico", se alza como un faro radiante de altruismo y sabiduría, como un coloso indomable de la filantropía y la medicina.

A lo largo de su vida, tejió una historia hecha de hilos de amor y servicio, una historia que palpita en el corazón de cada tamborileño, en cada acto de generosidad que inspiró, en cada vida que tocó con su dedicación inquebrantable. Su existencia misma fue un acto de entrega y sacrificio, como un río que, sin descanso, se volcó hacia los demás, sin esperar nunca nada a cambio.

Nacido el 23 de abril de 1923, en el seno de la estimada familia Martínez Capellán, Ico creció rodeado de las lecciones de su hogar y las aulas de su querido Tamboril, donde su sed de conocimiento lo impulsó a aventurarse más allá, hacia el liceo Ulises Francisco Espaillat de Santiago. Allí, su alma inquieta se encendió con la pasión por la medicina, y en 1949, al concluir sus estudios profesionales, se graduó de doctor en medicina en la Universidad de Santo Domingo, realizando luego una especialidad en pediatría, en Canadá. Sin embargo, ese título fue mucho más que un simple diploma; fue una espada forjada en el fuego de su vocación, una herramienta de transformación social con la que elevó su nombre a las cumbres de la historia.

Desde sus primeros pasos en la medicina, Ico demostró que su vocación no conocía límites. En las remotas tierras de La Jaiba, en Luperón, encontró un terreno fértil donde su espíritu filantrópico floreció. Allí, donde las medicinas escaseaban y los recursos eran pocos, él se convirtió en el doctor de la esperanza, el sanador de cuerpos y almas, alguien que se entregaba sin reservas a cada paciente, como un ángel de la guarda terrenal. Con sus propias manos, fabricaba los remedios que curaban tanto las dolencias del cuerpo como las heridas del corazón.

El destino le ofreció caminos dorados, las grandes clínicas de Santiago le prometían fama y fortuna, pero Ico, fiel a sus principios, eligió permanecer en su amado Tamboril. Rechazó los cantos de sirena de la riqueza y la gloria, convencido de que la verdadera recompensa residía en aliviar el sufrimiento de los suyos, en cumplir con el juramento hipocrático que pronunció con devoción al graduarse. Su ética profesional, sólida como una roca, lo convirtió en sinónimo de honestidad y entrega. En su tierra natal, era mucho más que un médico: era un faro de esperanza.

En el Seguro Social, institución en la que cultivó su servicio durante 35 años, quedaron plasmadas las huellas de las manos amorosas que curaban sin pedir los terroríficos  honorarios que espantan a los enfermos.

El legendario Samán de Ico, en el patio de su vivienda,  se erige como el símbolo de la grandeza de su nombre y nobleza.

Pero su legado no se limitó al ámbito de la medicina. Su amor por el deporte, especialmente el softbol, lo llevó a ser una figura fundamental en la comunidad. Sin embargo, lo que realmente perdura es su obra más trascendental: el Barrio de Ico, un refugio de dignidad y esperanza que nació de su generosidad. A través de este proyecto, miles de familias encontraron un techo bajo el cual vivir, un hogar que surgió de las entrañas de su generoso corazón.

El 14 de septiembre de 2010, a los 87 años, Tamboril perdió a su protector, a su médico, a su amigo, al ángel guardián de los enfermos. Pero aunque su cuerpo se despidió de este mundo, su espíritu permanece vivo en cada rincón del municipio, en cada corazón que palpita con gratitud por su sacrificio.

El hospital municipal, un barrio  y el equipo de baloncesto local llevan su nombre, como un tributo eterno a su legado de solidaridad y altruismo. Su ética intachable y su valentía incomparable lo han convertido en un verdadero paradigma de la medicina y de la vida misma. Fue un "apóstol de la medicina", un hombre cuya existencia fue un canto de amor al prójimo.

La huella de Ico Martínez Capellán, el filántropo que nunca pidió nada a cambio, sigue siendo un faro de inspiración. Su vida es un recordatorio de que la verdadera grandeza no se mide por los logros personales, sino por la cantidad de corazones que tocamos y las vidas que logramos transformar, cambiando así el destino de quienes nos rodean. Ico fue, sin duda, un maestro en el arte de sanar, no solo cuerpos, sino también almas.

 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Muere en confuso incidente el técnico de bocinas Eddy Ureña, en Amaceyes

Rinden homenaje al piloto Félix Domingo Reinoso

El Vuelo de Jesús María, en pencas de Coco