El doctor Jorge Armando Martínez Capellán ("Ico"), un faro de filantropía y altruismo
Biografía de Jorge Armando Martínez Capellán
("Ico")
En el vasto y sereno municipio de Tamboril, en la villa de
Los Samanes, donde los susurros del pasado aún resuenan en cada rincón, el
nombre de Jorge Armando Martínez Capellán, conocido cariñosamente como
"Ico", se alza como un faro radiante de altruismo y sabiduría, como
un coloso indomable de la filantropía y la medicina.
A lo largo de su vida, tejió una historia hecha de hilos de
amor y servicio, una historia que palpita en el corazón de cada tamborileño, en
cada acto de generosidad que inspiró, en cada vida que tocó con su dedicación
inquebrantable. Su existencia misma fue un acto de entrega y sacrificio, como
un río que, sin descanso, se volcó hacia los demás, sin esperar nunca nada a
cambio.
Nacido el 23 de abril de 1923, en el seno de la estimada
familia Martínez Capellán, Ico creció rodeado de las lecciones de su hogar y
las aulas de su querido Tamboril, donde su sed de conocimiento lo impulsó a
aventurarse más allá, hacia el liceo Ulises Francisco Espaillat de Santiago.
Allí, su alma inquieta se encendió con la pasión por la medicina, y en 1949, al
concluir sus estudios profesionales, se graduó de doctor en medicina en la
Universidad de Santo Domingo, realizando luego una especialidad en pediatría,
en Canadá. Sin embargo, ese título fue mucho más que un simple diploma; fue una
espada forjada en el fuego de su vocación, una herramienta de transformación
social con la que elevó su nombre a las cumbres de la historia.
Desde sus primeros pasos en la medicina, Ico demostró que su
vocación no conocía límites. En las remotas tierras de La Jaiba, en Luperón,
encontró un terreno fértil donde su espíritu filantrópico floreció. Allí, donde
las medicinas escaseaban y los recursos eran pocos, él se convirtió en el
doctor de la esperanza, el sanador de cuerpos y almas, alguien que se entregaba
sin reservas a cada paciente, como un ángel de la guarda terrenal. Con sus
propias manos, fabricaba los remedios que curaban tanto las dolencias del cuerpo
como las heridas del corazón.
El destino le ofreció caminos dorados, las grandes clínicas
de Santiago le prometían fama y fortuna, pero Ico, fiel a sus principios,
eligió permanecer en su amado Tamboril. Rechazó los cantos de sirena de la
riqueza y la gloria, convencido de que la verdadera recompensa residía en
aliviar el sufrimiento de los suyos, en cumplir con el juramento hipocrático
que pronunció con devoción al graduarse. Su ética profesional, sólida como una
roca, lo convirtió en sinónimo de honestidad y entrega. En su tierra natal, era
mucho más que un médico: era un faro de esperanza.
En el Seguro Social, institución en la que cultivó su
servicio durante 35 años, quedaron plasmadas las huellas de las manos amorosas
que curaban sin pedir los terroríficos honorarios que espantan a los enfermos.
El legendario Samán de Ico, en el patio de su vivienda, se erige como el símbolo de la grandeza de su nombre
y nobleza.
Pero su legado no se limitó al ámbito de la medicina. Su amor
por el deporte, especialmente el softbol, lo llevó a ser una figura fundamental
en la comunidad. Sin embargo, lo que realmente perdura es su obra más
trascendental: el Barrio de Ico, un refugio de dignidad y esperanza que nació de
su generosidad. A través de este proyecto, miles de familias encontraron un
techo bajo el cual vivir, un hogar que surgió de las entrañas de su generoso
corazón.
El 14 de septiembre de 2010, a los 87 años, Tamboril perdió a
su protector, a su médico, a su amigo, al ángel guardián de los enfermos. Pero
aunque su cuerpo se despidió de este mundo, su espíritu permanece vivo en cada
rincón del municipio, en cada corazón que palpita con gratitud por su
sacrificio.
El hospital municipal, un barrio y el equipo de baloncesto local llevan su
nombre, como un tributo eterno a su legado de solidaridad y altruismo. Su ética
intachable y su valentía incomparable lo han convertido en un verdadero
paradigma de la medicina y de la vida misma. Fue un "apóstol de la
medicina", un hombre cuya existencia fue un canto de amor al prójimo.
La huella de Ico Martínez Capellán, el filántropo que nunca
pidió nada a cambio, sigue siendo un faro de inspiración. Su vida es un
recordatorio de que la verdadera grandeza no se mide por los logros personales,
sino por la cantidad de corazones que tocamos y las vidas que logramos
transformar, cambiando así el destino de quienes nos rodean. Ico fue, sin duda,
un maestro en el arte de sanar, no solo cuerpos, sino también almas.
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