Alfonso de Jesús Lantigua (El Maestro), militar, político y educador

CODIGO 32

Por Rey Arturo Taveras 

Biografía: Militar, educador, filántropo y político dominicano 

Alfonso de Jesús Lantigua de la Cruz, conocido como El Maestro, fue un faro de luz en medio de la oscuridad de su tiempo, en la comunidad de Carlos Díaz, Tamboril, Santiago.

Nació el 26 de enero de 1898 en la comunidad de Canca La Reina, un rincón apartado de la provincia Espaillat, República Dominicana, donde el viento de la pobreza soplaba con fuerza, pero donde también brotó la semilla de un hombre destinado a transformar su pueblo. 

Su vida fue como un río que, aunque desbordado por los obstáculos, siempre encontró su cauce hacia el mar del conocimiento y la justicia social.

Hijo de Máxima de Jesús Lantigua y Lorenzo Rudecindo de la Cruz, el Maestro creció en un hogar humilde, pero su sed de conocimiento era tan infinita como el cielo. Sus primeros pasos en la educación los dio en la escuela de su comunidad, pero su mente era un campo fértil que deseaba mucho más. 

Como un árbol que extiende sus ramas hacia el sol, Lantigua se lanzó a la vida con la misma pasión que un río en busca del océano. Fue autodidacta, nutriéndose de libros que le proporcionaron los sabios de Moca y Santiago, donde cultivó su intelecto.

La vida de El Maestro fue una danza de diversos ritmos: militar, educador, filántropo, pero sobre todo, un líder místico que entendía que el conocimiento era el motor que debía mover al pueblo. En su juventud, el amor por la educación lo llevó a formar parte del ejército, bajo el mando de la marina estadounidense que ocupaba la República Dominicana. Un soldado, sí, pero uno cuya alma no se rendía ante la opresión. Así, fue nombrado Comisario de Moca, y aunque las armas eran su deber, su corazón palpitaba por las ideas que transformarían su país.

En 1920, se trasladó a Santo Domingo, la capital dominicana, donde se integró a las luchas sociales y políticas de la época. Allí, como el viento que impulsa las velas de un barco, Lantigua se unió al movimiento hispanoamericano contra la ocupación estadounidense, soñando con un país libre de yugo extranjero. Su travesía intelectual lo llevó más allá de las fronteras de la isla: en 1927, se embarcó en una expedición hacia diversos países, como un navegante buscando en otras costas la brújula para un desarrollo integral. 

Fue en Cuba, en 1928, donde asimiló las enseñanzas de gobiernos democráticos y planes educativos que luego intentaría implementar en su tierra natal.

Su regreso a la República Dominicana en 1929 fue como el retorno de un viajero que lleva en su corazón la semilla del cambio. Presentó su plan de educación integral al gobierno de José Estrella Ureña, una propuesta tan prometedora como un campo que aguarda la cosecha. Pero el viento de la historia soplaba en otra dirección. En 1930, el sueño del Maestro se vio aplastado por la sombra del ascenso a la presidencia de la República de Rafael Leónidas Trujillo, quien con su dictadura cortó las alas de toda esperanza democrática y educativa.

Sin embargo, como un árbol que, ante la tormenta, dobla sus ramas pero no se quiebra, Lantigua encontró refugio en la comunidad de Carlos Díaz, en el paraje de Ceboruco. Allí, en 1931, el Maestro se convirtió en un susurro de esperanza para un pueblo que, como una semilla en la tierra árida, necesitaba el agua del conocimiento para florecer. 

Su llegada, al principio vista con sospecha, fue como la de un río que, por fin, encuentra su cauce. Se integró a la vida del campo, compartiendo las labores agrícolas, sociales y religiosas del lugar, y pronto fue acogido como un hermano, un consejero, un amigo.

Fue en esa tierra fértil donde el Maestro plantó la escuela Máxima de Jesús, en honor a su madre, y su enseñanza se convirtió en un faro para la comunidad.

Entre 1934 y 1940, miles de niños, adultos y jóvenes vieron en El Maestro a un educador y guía que les enseñaba a navegar las aguas turbulentas de la ignorancia. Alfabetizó a cientos de personas e instauró el desayuno escolar, asegurando que el hambre no fuera un obstáculo para el conocimiento.

Con el mismo ímpetu que un arquitecto construye un edificio, Lantigua también cimentó el desarrollo de la comunidad.ñ de Carlos Díaz y zonas aledañas. 

El paraje de Ceboruco pasó a llamarse Carlos Díaz en 1940, como testamento a su esfuerzo. Se construyeron caminos, se fundó un cementerio, una farmacia y se desarrolló un predio agrícola colectivo. Los frutos de su trabajo, como los de un campo bien labrado, fueron tangibles para todos.

A pesar de la oscuridad de los años de la dictadura, El Maestro nunca se quebró. En 1950, debido a la feroz persecución de la tiranía trujillista, se vio obligado a esconderse en una finca de su propiedad, pero como una estrella que se oculta tras las nubes, su luz seguía guiando a los suyos, esperando pacientemente la caída del régimen que lo había cercado. 

La muerte de Trujillo en 1961, como el viento que dispersa las nubes, permitió que su espíritu respirara nuevamente.

El 6 de julio de 1977, a los 79 años, el Maestro cerró los ojos. Pero su legado, como un río que sigue fluyendo después de que el navegante se detiene, permanece en el corazón de Carlos Díaz, en cada semilla que plantó, en cada mente que abrió. 

Alfonso de Jesús Lantigua de la Cruz es una figura inmortal, cuya sombra robusta sigue extendiéndose, ofreciendo refugio y esperanza a todos los que buscan la luz del conocimiento.

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