Sería un error cerrar el paso a eventual candidatura presidencial de Omar

CODIGO32-SIPRED

Por Rey Arturo Taveras

SANTIAGO, R.D.-Cienfuegos y Pekín estallaron en aplausos, como si el pueblo recibiera a un ídolo artístico, cuando esperaron eufóricos y de pie al joven senador del Distrito Nacional, Omar Leonel Fernández, el pasado sábado.

La gente, concentrada en clubes de Pekín y Santiago Oeste, lugares donde el senador y dirigente de la Fuerza del Pueblo fue  ovacionado  como a  un líder que camina agigantando entre la multitud durante su visita para la  entrega de regalos navideños.

Omar Fernández fue recibido por un público eufórico, no por ser hijo del expresidente Leonel Fernández, sino por el carisma que despierta y la conexión emocional que concita en la población.

A pesar de visitar por primera vez Cienfuegos, en Santiago Oeste, el recibimiento fue apoteósico. Quedó claro que el don de su grandeza  no ha sido heredado como un anillo, o cualquier otra pertenencia. Ha sido forjado en el contacto directo, con mirada franca, en la palabra que no mienten y en la conversación sin falsedades.

Cuando el joven político habló, en Cienfuegos y en la zona Sur de Santiago, los escenarios  dejaron  de ser tarima para convertirse mares  de ovaciones reales de gente que no finge.

Los locales vibraron con voces y gritos eufóricos de alegría y la política dejó de ser discurso elevado para transformarse en manifestación de emoción del senador por el entusiasmo con que fue recibido en tierra lejana a la suya.

Dominó el escenario y se movió en el procedió con la firmeza de quien conoce su destino, con un parentesco al Alejandro Magno, que caminaba mirando un horizonte lejano hasta agigantar su reinado y superar al de su padre Filipo de Macedonia. En Santiago  Omar demostró que avanza con una conquista auténtica, distinta, propia, sin parecerse a los demás, ni siquiera al linaje de su padre Leonel.

Demuestra dominio escénico sin artificios, empatía sin libreto y un liderazgo que no necesita muletas históricas. Su oratoria recuerda a los grandes peripatéticos de la antigüedad: reflexiva, cercana, sin estridencias.

Si bien su apellido pesa como campana mayor de un templo, ha decidido tocar su propia melodía y diferenciar su tesitura de la de su padre, el tres veces presidente Leonel Fernández.

Omar no se acuña al liderazgo de su progenitor y en esa distancia respetuosa nace su autenticidad. Por eso sería un error estratégico y emocional que Leonel Fernández y su equipo cerraran el paso a una eventual candidatura presidencial de Omar, porque cuando el pueblo empuja, detenerlo es como intentar represar un río turbulento con las manos.

La aceptación que recibe el joven senador no es espuma pasajera: es corriente que cobra fuerza popular, despierta entusiasmo en los suyos, en la juventud y en las mujeres, y genera curiosidad incluso en los adversarios.

Omar es un imberbe en años dentro de la política, pero actúa con la astucia de un zorro veterano. Nacido el 5 de diciembre de 1991, es abogado, político, exdiputado y actual senador del Distrito Nacional, en representación de la Fuerza del Pueblo.

Lleva el nombre de su padre, pero se hace llamar simplemente Omar, como quien corre el velo para que lo miren a los ojos y no al linaje.

Es el senador más joven, pero posee la serenidad de quien entiende el oficio. Cuando Leonel tenía su edad no soñaba con cargos en los poderes del Estado, en cambio su hijo  ya camina con la experiencia como aliada.

Dentro y fuera del Congreso ha optado por un estilo distinto, casi contracultural en la política dominicana. Apoya causas que miran al futuro: la protección animal, el fortalecimiento de la familia, el emprendimiento, el desarrollo nacional y la indexación salarial, entre otros temas que no gritan, pero perduran.

Omar Fernández no es la sombra de Leonel ni su eco. Es el relevo de un liderazgo que no es heredado, ni copia, mucho menos  impuesto, sino que emerge,  diferente, auténtico y adaptado a los nuevos tiempos.

En Cienfuegos y Pekín quedó claro: cuando el pueblo reconoce un liderazgo, no pregunta de dónde viene el apellido, sino hacia dónde camina la persona que ostenta tal virtud.


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