Cuando el Estado baja a la acera la felicidad se refleja en el pueblo

CODIGO32-SIPRED
Por Rey Arturo Taveras 

Hay gestos que no hacen ruido en los grandes salones del poder, pero resuenan con fuerza en los callejones del barrio. 
Hay gestos que no salen en los balances macroeconómicos, pero crean felicidad y salvan, aunque sea por unas horas, la salud del cuerpo, el ánimo del alma y la confianza del ciudadano.

 Uno de esos gestos es el acercamiento real, no declamado,  que ha venido mostrando el Cabildo de Santiago de los Caballeros con su gente.

Porque gobernar no es solo administrar presupuestos: es estar en sintonía con el pueblo para conocer sus amarguras, solucionar sus problemas y disfrutar su felicidad,

Estar donde la vida ocurre sin protocolo es estar donde el sudor se vuelve risa, donde la música sustituye al estrés y donde una mesa de dominó se convierte en parlamento popular. 

Esa compenetración social, cuando es auténtica, crea empatía y la empatía, cuando se sostiene, produce presencia; y la presencia, cuando es constante, termina convirtiéndose en solución.

El cierre de los programas Zumba Navideña y Dominó Navideño, coordinados por el Departamento de Deportes del Ayuntamiento, es más que una nota festiva de fin de año. 

Es una postal política en el mejor sentido del término: el poder público descendiendo del mármol para mezclarse con el polvo del parque, con el asfalto caliente del barrio, con el pulso cotidiano de la gente común.

El Parque Central, convertido en ágora moderna, fue testigo de una coreografía colectiva donde cientos de cuerpos se movieron al unísono, como si Santiago respirara al mismo ritmo.

 Mujeres y hombres de Villa Olga, Plaza Valerio, Los Ciruelitos, Bella Vista y otros sectores hicieron del ejercicio una celebración y del movimiento una forma de resistencia frente al sedentarismo, la rutina y el abandono histórico de la recreación adulta. 

Allí, el cuerpo habló un idioma que la política suele olvidar: el del bienestar.

Los bonos y premios entregados no fueron simples dádivas; fueron símbolos. Pequeñas señales de que el respaldo comunitario se reconoce, de que la participación cuenta, de que el ciudadano no es un número sino un rostro que baila, ríe y vuelve a casa con la sensación, cada vez más escasa,  de haber sido tomado en cuenta.

Mientras tanto, en los barrios, el dominó desplegaba su vieja sabiduría popular. 

En La Joya, La Otra Banda, Hato Mayor, La Barranquita, Camboya o El Ejido, las fichas golpeaban la mesa como si marcaran el ritmo de una liturgia laica. 

El dominó no es solo un juego: es memoria, conversación, identidad. Es el espacio donde el abuelo enseña, el joven escucha y la comunidad se reconoce. 

Acompañado de comida compartida, el juego se volvió un acto de cohesión social, una vacuna silenciosa contra la violencia y el aislamiento.

Hay que decirlo sin rodeos: cuando un ayuntamiento apuesta por la recreación organizada, por el deporte comunitario y por la tradición popular, está haciendo política preventiva.

 Está invirtiendo en salud pública sin batas blancas, en seguridad ciudadana sin sirenas, en educación cívica sin discursos.

El respaldo del alcalde Ulises Rodríguez y la ejecución del Departamento de Deportes, encabezado por Pappy Pérez, muestran que es posible una gestión municipal que no mire al ciudadano desde arriba, sino a los ojos. 

Una gestión que entiende que el desarrollo también baila, juega dominó y se sienta a comer en la misma mesa.

Que el programa regrese el 20 de enero de 2026 “con más fuerza” no es solo una promesa administrativa: es una declaración de continuidad. Y en un país donde tantas políticas nacen para morir jóvenes, la continuidad es, en sí misma, una forma de respeto.

Santiago cierra el 2025 con música, fichas de dominó y comunidad. Ojalá otras ciudades entiendan la lección: a veces, la mejor manera de gobernar es salir a la calle, bajar la voz y escuchar el latido del barrio. 

Porque cuando el Estado se acerca, el pueblo responde. Y cuando el pueblo se reconoce en su gobierno, la ciudad deja de ser territorio y se convierte, por fin, en hogar.


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