Laureado pintor José Mercader inicia revolución cultural en Tamboril

CODIGO32-SIPRED

Por Rey Arturo Taveras

En el corazón vibrante de Tamboril, municipio fecundo donde el tabaco exhala historia y el ámbar guarda alma y memorias, ha germinado una revolución cultural silenciosa, hecha de pintura, sueños y pensamiento transformador.

El pintor, caricaturista, filósofo y gestor cultural José Altagracia Mercader, con las manos desnudas, pero con el alma henchida de ideales, ha reunido un crisol de talentos que cultivan el arte como siembra social que revoluciona al municipio del ámbar y el tabaco: Tamboril. 

Su oficio es trinchera cultural, su vocación lanza de arte y su pincel, un estandarte contra el olvido en la tierra más productiva del país, donde también se han cultivado grandes artistas de fama nacional e internacional.

Hijo fervoroso de la teoría del propio esfuerzo y la esencia pura del ser, Mercader no espera limosnas ni se adormece en la burocracia gubernamental, tampoco se detiene en el camino de las espinas que impiden el avance del trabajo social. 

Es un revolucionario que se lanza al cultivo del arte “a manos peladas”, como todo  un baracoero indómito que no teme remar contra la corriente, con la dignidad en alto y el corazón ardiendo de fe en la transformación cultural, a través de las ideas, con la pintura y el pincel como armas.

En un país donde la denuncia artística aún provoca escozor en pasillos oficiales, Mercader no ha sido ajeno a la marginación ni al prejuicio, pero sigue avanzando como Quijote sin escudero que espante a los perros que intenten ladrar tras sus huellas plasmadas en tierra fértil, sin cultivar. 

Desde su palacio cultural, la Casa Museo Horacio Vásquez, ha edificado una trinchera artística, donde en el día se pinta de colores y la noche se llena de música, son, concursos, tertulias y encuentros entre almas inquietas.

Aguerrido defensor de la caricatura como expresión legítima del arte, Mercader celebra que el mundo empiece, aunque tarde, a reconocer su valor estético. 

Su capacidad para enseñar, transmitir y sembrar sensibilidad lo consagra como un maestro prodigioso.

Con manos que transforman rebeldía en belleza, ha asumido su más noble objetivo: rescatar a la niñez tamborileña del abandono cultural y del ruido ensordecedor y discordante de la modernidad desordenada. 

Desde su templo de historia viva que es el Museo Horacio Vásquez, siembra semillas de arte en corazones infantiles sedientos de expresión.

“No hay futuro sin arte”, sentencia el Quijote del arte en Tamboril, con voz pausada y una mirada que parece atravesar los muros del presente hasta tocar la médula del porvenir.

Siempre vestido de blanco para transmitir el mensaje de paz que vive su alma, en armonía con el manto canoso de su cabello, Mercader irradia la pureza del arte. 

En su rostro, se percibe la nobleza; en su andar se describe su compromiso con el arte para cultivar la grandeza del ser y modela almas pletóricas de esperanza.

“Tamboril necesita una Casa de Arte”, clama con la vehemencia de quien no pide, sino reclama justicia poética.

Llama a las autoridades, a las instituciones, a los sectores puente de la sociedad, para que se sumen a la gesta cultural antes de que la infancia quede atrapada en la jungla digital, desprovista de sensibilidad.

Cada sábado, de 10 de la mañana a 12 del mediodía, la “Scuola d’Arte Lionardo” abre sus puertas a los niños del pueblo. 

Bajo la dirección del propio Mercader y el apoyo de los artistas Tony Gómez y Edward Páez Ventura, con la coordinación de Yanette Paulino, el Museo Horacio Vásquez se transforma en un santuario donde los niños sueñan en colores y las brochas florecen como ramas de futuro.

Así es José Mercader: un Quijote de los colores, un apóstol de la belleza, un sembrador de conciencia pinta cuadros y futuros.





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