Entre dos mundos: el desgarrador contraste de realidades entre San Diego y Tijuana
En su más reciente travesía por el norte del continente americano, el periodista y empresario dominicano Johan Rosario ha plasmado con tinta encendida un retrato que duele: el abismo de realidades que se abre como una herida entre San Diego, California, y Tijuana, México.
Son dos ciudades unidas por la frontera, pero separadas por un muro invisible hecho de historia, economía y desigualdad.
“Siempre que tengo la oportunidad de venir a California, intento llegar a San Diego , relata Rosario en un escueto escrito publicado en su plataforma digital.
“Su belleza imponente y la amabilidad de su gente son casi un imán. La ciudad californiana, con sus rascacielos que tocan las nubes más elevadas, sus avenidas impecables y su economía vibrante, brilla como un faro de prosperidad en el mapa global”. Así describe Johan a San Diego.
“En esta ciudad de Estados Unidos el lujo es rutina, el orden es norma, y la seguridad es promesa cumplida. Pero basta un paso, un simple paso, para que todo se desmorone.”
Cruzando la frontera, Rosario se adentra en Tijuana, donde la realidad se convierte en un puñal de angustia: calles rotas que cuentan su historia de miseria a gritos, perros callejeros que arrastran el hambre en la mirada, casas de cartón y hojalata que tiemblan con el viento, y autoridades que cambian la ley por un billete arrugado.
“Es como si Estados Unidos, desde su trono imperial en San Diego, le sacara la lengua a México”, escribe Rosario, con crudeza y dolor.
Explica que no es para menos: en cuestión de metros, uno pasa del cielo al suelo, del esplendor a la miseria, de la abundancia a la supervivencia.
En tono casi satírico, Rosario describe una escena típica de la pobreza vs la riqueza: “Médicos con batolas ridículas dizque para hacerte una prueba de alcohol… pero el resultado final siempre depende del color y el valor del billete.”
“El circo termina con tres payasos organizando el tráfico, entre la corrupción y la burla”- Establece Johan.
San Diego y Tijuana son, en palabras del autor, “una prueba viva , pero dolorosa, de que la geografía no siempre respeta la dignidad”.
El artículo no solo denuncia, también, en un grito que nace del alma de un cronista que, en lugar de buscar estadísticas alteradas, escucha el pulso de las calles.
Una crónica que nos recuerda que América, aún sigue siendo un continente donde las fronteras no solo dividen territorios, también parten el alma.
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