Mujer con Cáncer de mama se acuesta con más de 200 hombres para sentirse viva

CODIGO-32-SIPRED
RELATO 
Hecho real publicado por INFOBAE
Por Rey Arturo Taveras 
Molly Kochan, una mujer que  había navegado la vida con la plácida rutina de un río manso, se vio de repente zarandeada por una grave noticia: tenía cáncer de mama, una sentencia de muerte que le susurrada al oído. 
Aquel diagnóstico, como un martillazo en cristal, hizo añicos la normalidad de su vida , impulsándola a una metamorfosis radical. 
Dejó su compromiso matrimonial y se embarcó en un viaje a las profundidades de su ser por la geografía inexplorada del sexo.
En esta peregrinación íntima, Molly buscó desenterrar los secretos de su identidad sexual, como un arqueólogo excavando las ruinas de su propio deseo. 
Cada encuentro sexual con hombres distintos se convirtió en un verso libre en el poema de su adiós, cada caricia, una nota fugaz en la melodía agridulce de su existencia. Su cuerpo se llenó de huellas como una playa codiciada por turistas en busca de placer. 
Sus vivencias, cual estrellas fugaces en la noche de su enfermedad, quedaron registradas en videos, primero en las ondas sonoras de "Dying for Sex" ("Muriendo por sexo"), un micrófono sin velos donde diseccionaba sus aventuras con una honestidad afilada como un bisturí.
"Durante mucho tiempo, en la alcoba –y ahí residía la sordidez de mi matrimonio–, fui una mimeta perfecta, capaz de reflejar los anhelos ajenos, pero ciega a mis propios deseos", confesó en un episodio publicado en una página de internet, descorriendo el telón de una farsa íntima. A medida que el cáncer avanzaba, las cicatrices invisibles del pasado emergieron como fantasmas de la memoria, traumas no resueltos que habían creado una red de silencios en torno a su intimidad. 
"La disociación fue, quizás, el escudo forjado en la fragua del abuso", reveló, iluminando las sombras que habían oscurecido su presente.
A pesar de la sombra implacable de la enfermedad, el anhelo de Molly por dejar su huella en el mundo a través de la escritura persistió como una llama encendida en la oscuridad. 
Su autobiografía, un testamento vital escrito con la tinta de su propia sangre, fue un relato brutalmente sincero, un despojo del alma ante el espejo de la muerte, una búsqueda desesperada de sentido en el laberinto del dolor.
En sus últimos días, Molly encontró el amor que siempre había buscado, no en el abrazo fugaz de un amante, sino en el reflejo sereno de su propio ser: "Ojalá pudiera cerrar esta historia con el idilio de un hombre que encendiera la aurora boreal en mis mejillas, pero mi visitante nunca llegó. Sin embargo, descubro que estoy enamorada. Sí, estoy enamorada. De mí misma. Creo que buscaba el amor". 
Su amiga Nikki Boyer añadió una nota de melancolía a esta búsqueda: "Para Molly, era más que una transacción carnal. 
Hacia el final, creo que buscaba el amor". Juntas exploraron los territorios baldíos del perdón, la aceptación y la urgencia de sorber hasta la última gota del tiempo concedido.
Sus encuentros con hombres, narrados con una ironía punzante, eran a menudo viñetas grotescas y surrealistas: desde aquel que pedía una insólita ofrenda de dolor hasta el espejismo de una celebridad o el que anhelaba una degradación animal, caricaturas del deseo humano.
La historia de Molly, este meteoro de autenticidad y valentía, impactó profundamente a Michelle Williams, la actriz que encarna su espíritu en la miniserie de Disney. 
"Yo no soy de las que derraman lágrimas con facilidad. Nada suele rasgar el velo de mi estoicismo. Soy curtida, experimentada, astuta. Se necesita un terremoto emocional para conmoverme", confesó la actriz, para luego admitir que el calvario de Molly la había desarmado por completo: "Vale, estoy perdida. Sea lo que sea, ya estoy atrapada en este torbellino de emociones", subrayó, reconociendo la fuerza gravitatoria de una mujer que, ante la sombra alargada de la muerte, eligió danzar con la vida en una sinfonía de libertad y autodescubrimiento.

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