Misterio, dudas, especulaciones, morbo y mitos en caso niño perdido, en Jarabacoa

CODIGO-32-SIPRED 
OPINION 
Por Rey Arturo Taveras 

JARABACOA, R.D-. Nueve días y nueve lunas han cruzado el cielo sobre las exuberantes montañas de este pueblo de la provincia de la Vega sin que se tenga noticia sobre el paradero del pequeño Roldany Calderon, quien desapareció el domingo 30 de marzo, sin dejar rastros. 

En el rincón verde y montañoso de Los Tablones, donde el viento suele jugar con los helechos y donde los ríos murmuran secretos entre piedras, se esfumó el niño,  de apenas tres años, quien jugaba con su hermanita y otros infantes. 

El pequeño reía lleno de gozos, respiraba la inocencia del campo, pero de repente, en presencia de sus padres y otras personas, el silencio se tragó su voz y su cuerpecito se esfumó bajo la luz del sol. 

¿Qué sombra puede arrancar así a un niño del regazo de sus padres y desaparecerle del mundo? ¿Qué grieta de la realidad se abrió en Manabao, como un portal dimensional, para que la tierra se tragara un cuerpo imberbe, tan lleno de vida?

 El país entero, con el corazón en vilo, mira hacia La Vega, pero cuanto más mira, menos observa y nada encuentra, porque la niebla del misterio lo cubre todo.

El caso de Roldany duele y desconcierta, como un cuento oscuro que nadie quiere leer, pero que todos repiten entre susurros, entre audios de WhatsApp y transmisiones en vivo.

En la República Dominicana de hoy, cada tragedia es también un espectáculo y cada  lágrima es carnada para los peces del morbo digital.

Mientras la madre llora por la desaparición de su hijo y el azote de los periodistas y creadores de contenidos, sumado a los interrogatorios de las autoridades, la verdad sigue cubierta por la fuerza de un velo de misterio. 

La montaña guarda silencio y los creadores de contenido, disfrazados de héroes, pasean cámaras como si fueran linternas de la verdad con luces que no iluminan, pero deslumbran a la población por las imágenes y las opiniones.

En su afán de sumar likes, de ganar views, de volverse virales, los llamados comunicadores digitales, sin escuela, han sembrado más confusión que certezas y han obligado a la autoridad a correr tras fantasmas, a allanar casas vacías de culpa, a desperdiciar minutos que podrían salvar una vida.

Las redes sociales, convertidas en tribunal y circo, han montado un espectáculo donde cada quien tiene su propia teoría, su propio villano, su propio "dato confirmado".

Primero fueron las suposiciones: Que un hombre de piel negra en motocicleta lo raptó. Que una concubina del padre se lo llevó por celos. Que los padres lo vendieron como si fuera mercancía. Que una secta satánica lo robó para un sacrificio. Que un mexicano lo vio en un aeropuerto rumbo a Estados Unidos. Que una tribu de aborígenes escondida en La Ciénaga de Manabao, la misma que el viejo Lolo mencionó antes de esfumarse sin dejar rastro, estaría robando niños para cumplir pactos ancestrales.

Empero,  como si el realismo ya no bastara, como si la ciencia hubiese fracasado, se convoca a lo místico con la integración a la búsqueda del niño Roldany de una “clarividente”, una psiquiatra que dice ver más allá del velo, la cual ha sido llamada a la escena, no para interrogar, sino para intuir: No ha sido llamada para buscar huellas, sino para leer el alma del monte.

La participación de una médium en el caso Roldany parece un acto desesperado de las autoridades o una muestra del eterno sincretismo del  pueblo dominicano y su creencia en lo mágico-religioso.

 ¿Acaso el país vuelve a sus raíces mágicas porque las instituciones no logran abrazar la lógica? ¿O será que, en el fondo, todos creemos que solo una visión divina puede sacarnos de esta oscuridad?

Lo cierto es que Roldany sigue desaparecido y  cada día que pasa, es una puñalada más al alma de una nación que ve, impotente, cómo un niño se esfuma de la realidad física y cómo el Estado se tambalea entre la investigación y la superstición.

Roldany es  el eco de todos los niños que han desaparecido sin respuesta, en el país. Es la ausencia que se sienta muda a la mesa familiar y el grito mudo de una comunidad herida. 


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