“Globos y flores para el verdugo del amor

CODIGO 32

Por Rey Arturo Taveras 

La terminal del aeropuerto vibraba con el bullicio de llegadas al encuentro del amor. Entre maletas rodando, abrazos de reencuentro y voces entrecortadas por la emoción, ella lo esperaba. 

Tenía en las manos un ramillete de globos: uno en forma de corazón, otro con la palabra "Welcome", y uno más que decía "Te extrañé". Los globos flotaban como ilusiones infladas por seis años de espera, de cartas, promesas, videollamadas y nostalgia.

Yannelis sonreía con los ojos brillantes, al ver de regreso a sus brazos al amor de su vida. No era una sonrisa cualquiera, era la de quien cree que el amor tiene el poder de redimir, que el pasado puede enterrarse bajo el cemento de un nuevo comienzo. Cuando lo vio salir por la puerta de llegadas de la terminal aeroportuaria, corrió hacia él como una niña que vuelve al pecho de su madre. Lo abrazó y lo besó como loca. Él la alzó en vilo. Los globos bailaron en el aire, ignorantes de la sombra que los seguía.

Una semana después, en ese mismo aire se colaba el hedor metálico de la sangre.

La puerta del apartamento estaba cerrada. El silencio adentro era denso, cargado, como si la muerte respirara quietamente entre las paredes. Los vecinos no escucharon gritos, solo el eco final de una vida que se apagó sin testigos. Cuando la policía entró, la escena era brutal: Yannelis yacía inmóvil, su cuerpo marcado por el filo de quien alguna vez le juró amor.

El verdugo no huyó. Como si su crimen lo dejara vacío, se desplomó en las inmediaciones, con heridas que más que castigo parecían castigo a sí mismo. Como si en el fondo supiera que lo había perdido todo. Pero el remordimiento llega tarde cuando el alma ya está rota.

Yannelis creía en la redención. No sabía —o no quiso saber— que algunos hombres no buscan amar, sino poseer. Que para ciertos machos, el amor no es un acto de entrega, sino de dominio. Que cuando la mujer alza su voz, sus alas o su dignidad, ellos sienten que pierden algo, y deciden arrebatarlo todo.

Carlos Yordanis no apuñaló solo a una mujer. Apuñaló la esperanza. Apuñaló el sueño de quienes emigran creyendo que el amor los salvará del pasado. Apuñaló la ternura de una mujer que le dio una segunda oportunidad, sin saber que su historia era un abismo.

Hay mujeres que aman tanto que se ciegan. Y hay hombres que esconden su odio detrás de palabras dulces, como quien endulza el veneno para que sea más fácil de tragar.

Yannelis no fue solo una víctima. Fue el reflejo de muchas otras que callan, que perdonan, que cargan con culpas que no son suyas. Mujeres que mueren creyendo que el amor puede cambiar a un hombre que no quiere cambiar.

Hoy, sus globos ya no flotan. Fueron hallados desinflados, arrugados en una esquina del apartamento. Como su corazón. Como sus sueños.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Fallece a los 96 años el industrial Félix Bolívar Reinoso Dájer

Alcalde de Canca la Piedra ultraja a vice alcaldesa, viola la ley con nepotismo y maneja cabildo como su empresa.

Rinden homenaje al piloto Félix Domingo Reinoso