La vida de los padres del periodista Rey Arturo Taveras pasó entre tabaco, humo y tierra
CODIGO-32-SIPRED
En el corazón de Canca la Piedra, Tamboril, donde el aire lleva consigo el aroma del tabaco y la historia del cultivo, almacenamiento y procesamiento de la aromática hoja donde se entreteje con el humo y la cosecha la vida de los esposos José Nicolás Taveras y Paula Bautista Polanco.
Durante más de seis décadas, sus manos moldearon hojas secas de tabaco en cigarros gavilleros que, como sus propias vidas, eran un testimonio de resistencia y dedicación, lo que les permitía el sustento de una prole superior a los 15 hijos.
José Nicolás, un hombre cuya piel guardaba las cicatrices del tiempo y la rudeza del trabajo agrícola, dejó su aliento en cada hoja de tabaco que cultivó y en cada cigarro que fabricó, junto a su esposa e hijos.
Desde los 16 años, cuando el sol de los campos le doraba la piel y el viento le traía los susurros de generaciones pasadas, comenzó a labrar la tierra y a cultivar el tabaco.
En su memoria, como un sello indeleble, quedó la amarga experiencia de la dictadura de Trujillo, cuyo gobierno prohibía, con pena de cárcel, la fabricación de cigarros de forma clandestina. En aquellos tiempos oscuros, fabricar y fumar cigarros era un acto condenado por el régimen, un reto a la autoridad que conllevaba el apremio corporal sin dictamen de un juez.
José Nicolás fue victima de un castigo brutal tras ser sorprendido por un guardia trujillista fumando un cigarro, quien con la frialdad de un verdugo, lo obligó a tragarse el puro que fumaba, envuelto en llamas y cenizas.
Aquel instante de dolor quedó grabado en su cuerpo y su consciencia como el fuego que marca la madera. "Desde entonces dejé de fumar, aunque nunca dejé de hacer cigarros", recordaba con una sonrisa cargada de ironía.
A su lado, como un roble que nunca se doblega, estuvo Paula Bautista Polanco, cuya historia también esta tejida con las hebras del tabaco. Desde niña, con apenas nueve años, sus manos pequeñas aprendieron a dar forma a los cigarros.
Al igual que su esposo, la vida de Paula transcurrió entre fábricas, donde cada hebra de tabaco era un hilo más en el tapiz de su existencia.
Con orgullo contaba cómo, con el trabajo de sus manos, había vestido a sus hijos, alimentado a su familia y ganado el respeto de su comunidad.
Juntos, José Nicolás y Paula criaron a 25 hijos, de los cuales solo 12 sobrevivieron. Entre ellos, el periodista Rey Arturo Taveras, quien heredó no solo la fuerza de sus padres, sino también la capacidad de dar forma a las palabras como ellos daban forma al tabaco.
Paula, además de ser una maestra en el arte de hacer cigarro, tenía otro oficio sagrado: era partera. En su casa, en aquel rincón de Canca la Piedra, vinieron al mundo incontables niños, como si el destino le hubiera dado la misión de dar vida tanto con sus manos como con su corazón.
Hoy, aunque sus cuerpos ya descansan, el humo de su historia sigue flotando en el aire de Tamboril. Cada cigarro que se enciende es un susurro del pasado, un homenaje a esos obreros anónimos cuya vida se consumió lentamente, como un puro entre los labios de la historia.
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