La Alfombra Roja: el desfile de la vanidad y la ridiculez
Las costumbres de los pueblos en exhibir opulencia y fortuna se han transformado en rituales de grandeza artificial, práctica que exhiben artistas, empresarios y otras personalidades de los círculos sociales que compiten, entre sí, en exhibición de opulencia.
En ese sentido, las alfombras rojas son pasarelas de competencia económica, donde personas excéntricas muestran vestidos lujosos y trajes suntuosos, cada uno intentando eclipsar al otro en un juego de luces y sombras donde la humildad queda desterrada.
Diseños exclusivos, detalles sofisticados y un derroche de glamour convierten estos eventos en espectáculos de arte y cultura, con picardía y ridiculez en atuendos fuera del código de vestimenta .
Sin embargo, detrás de esta exhibición de pompa y esplendor, se esconde una paradoja: mientras algunos caminan sobre alfombras de terciopelo, otros deambulan sobre suelos de miseria, buscando el pan de cada día.
Mientras un grupo de vanidosos exhibe su opulencia, ocultando su pobreza interna, miles de personas viven en la precariedad, visten harapos y buscan refugio bajo el cielo incierto.
Paradójicamente, mientras las celebridades encuentran su felicidad en la exhibición de trajes, joyas y carros de lujos, los descalzos la encuentran en la sencillez y la vida sin lujos, ajenos a la lucha absurda por la apariencia.
En un país donde el umbral de pobreza ha aumentado y un hogar necesita al menos RD$ 40 mil pesos mensuales para sobrevivir, la exhibición de lujo resulta una bofetada de ironía.
En el escenario de las alfombras rojas, la vanidad se disfraza de grandeza, mientras la arrogancia y la presunción brillan más que las piedras preciosas que adornan los collares de los privilegiados.
Pero lo más indignante es que muchos de ellos proceden de la misma pobreza que hoy desprecian y que ahora miran con superioridad.
La vanidad es la idolatría del ego, la creencia excesiva en la propia importancia, la expresión exagerada de la soberbia.
En el espectáculo de la vanidad los vanidosos fingen ser dioses, mientras los pobres son relegados al olvido en la alfombra de la pobreza.
Sin embargo, la historia enseña que la vanidad es efímera y que, al final, la verdadera riqueza no se mide en oro ni en diamantes, sino en la profundidad del alma y la autenticidad del corazón.
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