Europa y sus majestuosas ciudades, un regalo de Salud Dominicana

CODIGO 32
“UNA TRAVESÍA POR  EL VIEJO MUNDO”
RELATO
-1-
Por Rey Arturo Taveras 

El reloj dormía la tarde del lunes 2 de enero cuando, como un trueno en pleno cielo despejado, llegó la llamada que rompería la quietud de la siesta. “¡Prepárate que nos vamos hoy a Europa!” Las palabras de Johan Rosario, presidente de Salud Dominicana, resonaron como campanas en mis oídos aún aturdidos por la resaca del año nuevo. 

Sin maletas listas, sin una moneda en el bolsillo y con el alma repleta de emoción, me dispuse a prepararme, en tiempo récord, para surcar los cielos en un viaje con todo pago por Salud Dominicana Grupo Corporativo.

Con la prisa como único equipaje, el tiempo se volvió humo entre mis dedos. Las horas corrieron como ríos en crecida, y cuando el reloj señaló las 7:00 de la noche, todo está preparado y partimos hacia el Aeropuerto Internacional del Cibao.

 A las 8:30, allí estábamos: Johan Rosario, su novia Esteily De León, y yo, listos para cruzar el Atlántico a bordo de un majestuoso Boeing 737, cuyos motores Rolls-Royce rugían como leones encadenados dispuestos a romper espacio y tiempo para llevarnos a nuestro destino: Europa.

En la sala VIP, el mundo parecía detenerse, pero el destino nos aguardaba. Al entrar al "pájaro de acero", sentí cómo las alas del tiempo se plegaban sobre mí ante la expectativa del aluvión de vivencias que pretendía se avecinaban.

A las 10:30 de la noche, el ave mecánica se despegó del suelo con un susurro de potencia, desafiando la gravedad, y el corazón se me llenó de sueños al mirar las luces de Santiago menguar como estrellas fugaces.

La travesía fue un vaivén de calma y con escasos temblores de turbulencias. 

La noche, eterna dama de negro, se rindió ante un alba deslumbrante cuando el tiempo se quebró sobre el Atlántico, al pasar en tiempo y espacio de un continente a otro.

A las 2:30 de la madrugada, el cronómetro se detuvo, suspendido entre hemisferios y casi una hora después, la penumbra cedió paso a un sol radiante que coronaba las nubes como un rey sobre su imperio de invierno.

El horizonte fue la frontera que traspasamos con el alma en vilo. 

A las 10:23 del día siguiente, el piloto anunció nuestra llegada a España. 

Bajo un cielo de cristal y un frío que cortaba como navajas, el aeropuerto de Barajas nos dio la bienvenida. 

El asfalto helado temblaba bajo nuestros pasos, mientras la promesa de historia y cultura se extendía como un mapa infinito ante nuestros ojos.

Con el viento de enero abrazando nuestros rostros, la ciudad de Madrid, capital emblemática de la Madre Patria, se alzaba majestuosa e imponente, preludio de un periplo que nos llevaría por las arterias mismas de Europa: Francia, Países Bajos, y más allá. Cada ciudad sería una página nueva, cada paso una huella indeleble en el vasto libro del mundo que entraría a mi acervo cultural. 

CONTINUARÁ… 





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