La historia de ''El Rubio'' policía de Tamboril y el anciano infractor

CODIGO 32
ANÉCDOTA DE UN POLICÍA DOMINICANO 
(Una colaboración del empresario Pedro López )

En el pintoresco pueblo de Tamboril, Pajiza Aldea, villa de Los Samanes, vivía “El Rubio”, un policía cuyo destino lo llevó a ese rincón de la República Dominicana donde las historias parecían brotar del seno del pueblo como flores en primavera. 

El Rubio era conocido no solo por su arduo trabajo, sino también por su pasión por el póquer, que solía jugar en el patio de Celeste, bajo las estrellas que parecían competir con los destellos de los dados, en el oscuro cielo nocturno.

Una noche, mientras las sombras jugaban a esconderse en la penumbra del patio, El Rubio narró una anécdota que tenía el sabor de un buen licor añejo. Contó cómo, en un día particularmente soleado, había sido asignado a un nuevo puesto en la autopista Duarte, un cambio de ritmo para un hombre acostumbrado a las estrechas calles de Tamboril, en cuyos aires olfateaba el olor a tabaco, chocolate y confite que se filtraba desde las fábricas. 

Mientras la autopista se desplegaba como una serpiente de asfalto, El Rubio se topó con un Corvette descapotable que rugía como un león en celo. El conductor, un anciano de Santiago, aceleraba con la libertad de un joven rebelde. Con la brisa despeinándole las pocas canas que le quedaban, disfrutaba de la velocidad como un niño en un parque de diversiones.

Pero en su éxtasis, la realidad pronto se le hizo presente cuando vio a la patrulla de “El Rubio” en el espejo retrovisor, las luces como faros en la tormenta y la sirena resonando como un lamento celestial. El anciano, consciente de que su aventura estaba a punto de terminar, frenó con resignación y se preparó para enfrentar al oficial.

El Rubio se acercó al Corvette con la gravedad de un dios de la justicia, pero con un toque de ironía en su mirada. Miró su reloj, tan puntual como un relojero suizo, y le dijo al anciano con un acento que tenía el ritmo de un tango: "Señor, mi turno termina en 30 minutos. Hoy es viernes. Si usted puede darme una buena excusa para ir a esa velocidad que nunca había visto en mi puta historia policíal, lo dejaré ir."

El anciano, tras una pausa de silencio que parecía una eternidad, respondió con una mezcla de nostalgia y humor: "Hace años, mi esposa se me fue con un policía de Radio Patrulla. Y cuando lo vi a usted que venía detrás de mí, pensé que venía a devolvérmela. Por eso metí el acelerador hasta el tope para tratar de escapar."

El Rubio, con una sonrisa que podría iluminar la noche más oscura, le dijo: "Que tenga un buen día, señor." Y así, con la rapidez de un relámpago y el tacto de un poeta, el anciano se marchó, dejando a El Rubio con una historia más para contar bajo las estrellas del patio de Celeste, en Tamboril.



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