La muerte súbita del sindicalista Mario Ureña envía mensaje para escuchar al corazón

CODIGO32-SIPRED -OPINIÓN 
Por Rey Arturo Taveras

SANTIAGO, R.D. /La muerte siempre sorprende, pero a veces irrumpe como un relámpago en cielo sereno, dejando en su estela más preguntas que respuestas. 

Así ocurrió con la partida súbita de Mario Ureña, dirigente choferil y presidente de la Ruta SO de Santiago Oeste, quien cayó vencido por un infarto mientras participaba en una entrevista en El Café de Diario 55. 

Mario era un hombre que hablaba del pulso del transporte público, cuyo propio pulso, caprichoso y silencioso, decidió detenerse ante una audiencia incrédula de la vida que lo llevó a la muerte.

Ese instante, tan breve como devastador, se convirtió en un espejo inevitable para una sociedad que vive corriendo, desesperada, angustiada y, en muchos cargada de ira y rencores, pero en la veloz carrera del diario vivir nadie se detiene a escuchar su propio corazón. 

No es solo la muerte de un líder choferil; es una campanada, un aviso, un recordatorio de que la salud física, mental y espiritual no se negocia, aunque muchos la releguen al último vagón del tren cotidiano.

El fallecimiento de Mario se inscribe en una preocupante ola de infartos que afecta a personas de todas las clases y edades. 
Muchos especialistas atribuyen este fenómeno a las secuelas invisibles del COVID-19, ese visitante indeseado que dejó al mundo una cuenta pendiente y cuyos efectos aún se sienten como sombras largas al atardecer.

Pero más allá de la pandemia, las estadísticas hablan con crudeza:
El infarto agudo de miocardio representa más del 50 % de las muertes cardiovasculares, seguido por el ictus, que causa otro tercio.
 
Detrás de estos números fríos se esconden vidas interrumpidas, familias quebradas y sueños que se desvanecen sin aviso previo.

La realidad, sin embargo, es más compleja que un simple diagnóstico, porque el riesgo no suele surgir por un solo factor, sino por una tormenta perfecta: hipertensión, colesterol elevado, triglicéridos altos, diabetes y, como telón de fondo, la obesidad abdominal. 

Cuando estas condiciones se combinan, el riesgo no suma, si no que se multiplica y surge un síndrome metabólico, una silenciosa epidemia del siglo XXI que avanza como río crecido mientras muchos la ignoran.

La muerte de Mario Ureña y de otras personas que han quedado filmadas por infartos no debe ser vista como un simple hecho noticioso, ni como un episodio más en la crónica diaria. 

Es una metáfora viva, una llamada de emergencia que nos exige levantar el pie del acelerador de las emociones y prestar mayor atención a la salud 

Como dice el viejo refrán, "más vale prevenir que lamentar".  Por eso la partida de Ureña nos recuerda que prevenir no es un consejo, sino un deber con nosotros mismos, con nuestras familias y con la sociedad.

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