Daniel Rosario sufrió el sabor amargo de las cenizas de sus sueños

CODIGO 32
“Anécdota de Carlos José Rosario”
Por Rey Arturo Taveras 

El Bronx, con su cuerpo de concreto y su alma de neón, recibió a Daniel Rosario con los brazos duros del invierno en los últimos años del fin del siglo  XX,  década del 1990-2000. Venía de Tamboril, con el sudor de la esperanza pegado a la frente y el anhelo de convertir el sacrificio en billetes verdes. Como muchos de su tierra, se hizo mercader de ilusiones, fe  y suerte , rifando sueños de lotería con números del 1 al 100, en las esquinas de Nueva York y New Jersey.

Cada día, Daniel caminaba como un equilibrista sobre la cuerda floja del destino, escurriéndose por calles y avenidas para evadir la mirada de la policía y vender números con la fe de quien siembra en tierra ajena.

 El dinero que caía en sus manos tenía el sabor agridulce del esfuerzo: una parte se deslizaba hacia los gastos, otra volaba en remesas hasta Tamboril, dejaba caer su borona a parientes y visitantes distinguidos, a su morada Newyorkina, como Carlos José Rosario, y el resto, como un tesoro de pirata, lo escondía en la caleta secreta de su habitación. 

Cuenta Carlos José que, con martillo en mano, al final de cada día de trabajo, Daniel retiraba los clavos, levantaba la tabla y depositaba su botín en las entrañas de la pared. Aquella hendidura de madera era su caja fuerte, su banco sin intereses ni riesgos de quiebra ni de embargo.

Pero el destino, ese tahúr burlón, le tenía guardada una mala jugada. Un día cualquiera, el fuego danzó entre las sombras de la casa. Inesperadas lenguas de llamas lamieron las paredes, devorando con avidez todo lo que encontraban a sus pasos. El humo se alzó como un espectro hambriento y en cuestión de minutos, la fortuna de Daniel se convirtió en polvo.

 Cuando las brasas se apagaron y el sol del amanecer iluminó las ruinas, solo quedaban cenizas donde antes había sueños doblados en billetes verdes.

Daniel, de pie entre los escombros, miró el vacío donde estuvo su tesoro. Sus ahorros se habían vuelto humo, pero no su determinación. 

Sus manos, dispuestas a curtirse con nuevas faenas de trabajo, aún estaban ahí, listas para continuar su sueño de progreso, porque el dominicano no se deja vencer por el fuego ni por la adversidad. Se sacude las cenizas y sigue adelante, apostando siempre por un mañana mejor.

En la postrimería de su vida, Daniel Rosario acarició el patrimonio soñado, pero llegó la jugada final del destino y lo invitó a partir en  un viaje sin regreso al reino de Dios. Se fue satisfecho de haber alcanzado el sueño que lo llevó a Estados Unidos, donde vivió hasta su muerte, sin olvidar a su pueblo, Tamboril, donde quedó sembrado el legado de sus sueños y sus esfuerzos para el disfrute de su familia y para el bien de su patria chica. 

Paz a su alma !


Comentarios

  1. Conoci al buen amigo Daniel Rosario: hombre humilde y sincero. Dios lo tenga en su gloria y paz eterna a su Alma 🙏

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