CODIGO 32/ ECONOMICAS
SUDAMÉRICA
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Extracción en un pequeño pueblo del país
Un cosquilleo, parecido al de una suave descarga eléctrica,
recorre a los que hacen la vigilia junto al socavón. Faltan pocos
minutos para las cinco de la tarde que es cuando las dragas dejan de
trabajar y los hombres y mujeres de San Ramón, un pueblito de la
provincia de Santa Cruz (Bolivia) están autorizados para buscar oro.
A la hora convenida, ellos descienden en hilera hasta el fondo del
cráter de 15 metros de profundidad y 400 de diámetro, donde se encuentra
el precioso mineral. Las pepitas yacen ocultas entre las piedras que conforman en el lecho de un lodazal.
Un acuerdo entre las autoridades nacionales y el municipio de San Ramón
ha permitido que las cooperativas mineras reanuden sus actividades
extractivas, que estaban prohibidas desde el 2010. En virtud de ese
convenio, los particulares también pueden probar suerte, siempre que
utilicen herramientas rudimentarias y no traigan maquinaría pesada.
Y las herramientas son las mismas que los buscadores de oro han
empleado desde tiempos remotos. Quién no ha visto los viejos
daguerrotipos de sujetos con sombrero de ala ancha y pistola al cinto,
agitando el cedazo a orillas de algún río cuando la fiebre del oro
atrajo a decenas de miles de caza fortunas a California en 1848. Lo
mismo en Tierra del Fuego, donde el aventurero Julio Popper inventó la "cosechadora de oro" para extraer el mineral de los riachuelos, cerca del canal de Beagle.
En San Ramón la gente no se disputa las vetas a tiros ni se escucha
el sonido escandaloso de las pianolas tocando en un bar de mala muerte. Pero el brillo de codicia en las pupilas es el mismo de siempre.
Familias enteras acampan cerca del yacimiento, con los perros que
vigilan sus pertenencias y alguna gallina para saciar el hambre al
término de la jornada, que se prolonga hasta que ya no pueden ver a un
palmo de sus narices.
Roberto Navia, periodista de El Deber, convivió con esa gente y
compartió sus anhelos. Quizá el también se contagió del virus, pero
resistió la tentación de sumergirse con el lodo hasta la cintura y mecer
la escudilla que se usa para separar las pepitas de la escoria. "Nosotros recogemos las migajas del banquete que se caen de la mesa",
escuchó decir a Luis Varela, quien trabajando en reparación de
neumáticos pinchados, ganaba 200 bolivianos (21 euros) a la semana. En
cinco días de trabajo, Varela llega a extraer entre uno y dos gramos del
mineral. Parece poco, pero los 560 bolivianos (61 euros) que recibe por
el polvillo dorado compensan el dolor de espalda, las horas baldías en la poza y retribuyen con creces el dinero invertido en herramientas.
Como el rey Midas
Rómulo Pascual, un peón de 48 que mastica coca para soportar la
fatiga es otro de los que dejaron su trabajo para dedicarse a lo que él
define como "pequeña minería". Aunque hay días en que no recoge más que
guijarros, a Rómulo le basta con el brillo de unas escamas para sentirse
como un Midas. "A veces este trabajo parece una lotería.
Pero lo prefiero porque aquí soy dueño de mi tiempo. Cuando era peón y
llegaba el sábado, el patrón me decía que no había dinero para pagarme.
Aquí, si encuentro oro tengo el dinero asegurado", explica el buscador.
A todo esto, el reportero Roberto Navia constató que en el pueblo es
imposible encontrar un albañil, una empleada doméstica o alguien que te
saque de aprietos si se atasca el inodoro. Cerca de 4.000 personas
acampan cerca del socavón, hablando entre ellas de la cotización del
oro, de que a fulano le debe estar yendo muy bien porque anda con cara
de póquer... En San Ramón se sueña y se respira oro. Como también está
viniendo gente de otras partes de Santa Cruz, ya son diez los campamentos que han surgido en el entorno, dando un impulso al comercio local pues algo tienen que comer los mineros y la ropa se estropea con el agua.
En el pueblo ya se habla de un boom aurífero ya que 46 cooperativas,
en su mayoría provenientes de Santa Cruz de la Sierra, la capital de la
provincia, han iniciado los trámites para explorar nuevos yacimientos.
Pero lo que más evoca a la fiebre de oro de otras épocas y de otras
latitudes son los afiebrados que llegan de lugares tan distantes
como la provincia de Beni, buscando un cuarto para alquilar. No importa
que no tenga cama. Un jergón y por almohada los pantalones bastan para
tumbarse y soñar con una vida rodeada de lujos y de placeres.
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