La Aurora: el templo del cigarro criollo que late en el corazón de Tamboril
Por Rey Arturo Taveras
Por las venas de Tamboril corre el aroma del tabaco, y en su pulso más antiguo y constante se alza La Aurora, la fábrica de cigarros más antigua y veterana de la República Dominicana, convertida en catedral viva del cigarro criollo.
Visitar La Aurora es más que recorrer una fábrica; es hacer un viaje al alma de la cultura dominicana, donde las aromáticas hojas del tabaco se tornan en arte y el tiempo no se mide en relojes, sino por el lento añejamiento del tabaco.
Así lo entiende Eugenio Polanco, guía de la casa, quien defiende que este lugar “debería ser declarado patrimonio del pueblo dominicano”.
En su voz, cada explicación se enciende como un puro recién cortado: pausada, envolvente, cargada de historia.
“La gente se queda impresionada con la agilidad de los tabaqueros”, relata, Eugenio describiendo a esos artesanos que, con dedos de orfebre, enrollan las hojas con precisión milimétrica, como si fueran músicos afinando un instrumento invisible.
Polanco, que descubrió el sabor del primer cigarro a los diecinueve años, con su abuela, no habla de fumar, sino de degustar, dominar el hábito, elegir el momento exacto en que el humo y el silencio se encuentran.
También pide no apagar el cigarro ni tirarse, sino dejar morir la ceniza para que se eleve a lo infinito hasta llegar al alma y así respetar el trabajo del artesano.
Dice que cada formato, cada liga, cada fortaleza es para él un estado de ánimo, una compañía distinta para la mañana, la sobremesa o la noche.
A los visitantes les enseña la etiqueta del puro: no se tumba la ceniza, se deposita; no se apaga con violencia, se deja morir “con dignidad”.
En su rutina, el café es cómplice de las mañanas de trabajo y el ron de La Aurora, compañero insustituible en las pausas largas.
Porque, como dice entre sonrisas, “todavía no he visto una bebida que maride tan bien con el puro”.
La Aurora, que abrió sus puertas en 1903, es solo la historia de una empresa y un perfume que se pega a la piel de la isla, una brasa que no se apaga.
En cada visita guiada por Eugenio Polanco, en cada cigarro encendido, se confirma que en Tamboril se fabrican los puros, el tiempo, la tradición, el orgullo y memoria, envueltos en una poesía escrita de hoja con el rico aroma del tabaco dominicano
Excelente
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