Mi hermano Fer

CODIGO32-SIPRED
Por Johan Rosario 
Hoy se suponía que estuviera volando a Ciudad de México desde Nueva York, para encontrarte y estrechar tu mano, seguir abonando el fértil terreno de la amistad que apenas empezaba a germinar entre nosotros y de paso abrazar a Clau, esa alma también elevada y noble que tanto admiro. En cambio, ayer recibí la infausta noticia que me dejó sin aliento: Saúl, desde Guadalajara, llamó entre llantos y lamentos y me dijo apenas una palabra —“Se fue”—. Duré dos horas en estado de shock; luego vino un mar de lágrimas y la incredulidad que todavía me habita.

Recuerdo tantas de tus palabras sobre ese momento final, que tú definías como incomparable: “La muerte es la libertad real”. Me las repetiste con insistencia y firmeza hasta que dejaron de ser teoría y se convirtieron en consuelo. “Nunca le temas”, me decías. “Es el momento cumbre y más hermoso de todos, cuando entras al descanso verdadero y a la felicidad perenne, eterna y plena”. Hoy, esas lapidarias expresiones tuyas, dichas cada vez con esa calma que te era única, me abrazan y me consuelan: fuiste libre al cerrar los ojos.

Nuestra última conversación versó en torno a un deseo tuyo que me llenó de alegría: querías irme a visitar a Dominicana. Me lo dijiste con gran entusiasmo —un viaje a la playa, conocer tu país, su gente—. «Quiero ir a tu casa en Santiago y luego ir a Sosúa, Maimón, Cabarete, Punta Cana», me dijiste; imaginabas caminar por arenas que te hablé como si fueran viejos amigos. Fue una alegría pensarlo: la posibilidad de mostrarte mi tierra y de que tú y Clau sintieran el calor de nuestra bella isla. Gracias por ese deseo y, sobre todo, gracias por la admiración que siempre me expresaste: “No había conocido a casi nadie como tú, con tan buen corazón y buena vibra”. Me dijiste, con asombro y cariño, que yo parecía no ser de este mundo —“eres de otra galaxia”—, y esas palabras fueron un regalo que atesoraré por siempre..

Te conocí en la ceremonia sagrada de ayahuasca en Guadalajara. Fue allí donde me introdujiste a territorios interiores que no sabía que existían. Me sostuviste con una serenidad inquebrantable mientras el trance me llevaba por mundos y dimensiones insospechadas. Me enseñaste el bufo, esa molécula sagrada o de Dios que te confronta con la muerte simbólica para renacer. En cada paso fuiste guía: paciente, contundente, lleno de ternura y silencio sabio. Me diste paz y la garantía de que todo estaría bien.

Cuando la noticia llegó, quise aferrarme a la esperanza de que fuera sólo una ceremonia del sapo, una broma pesada, algo que se aclararía con un mensaje o una llamada. Pero no: un infarto fulminante mientras dormías en la tranquilidad de tu cama te arrancó del mundo. Se llevó tu cuerpo, pero, como tantas veces repetiste, ahora eres feliz; llegaste a la plenitud. Me reconforta pensar que partiste dormido, en paz.

Me duele no haber cumplido el viaje que soñamos: no te pude llevar a mi tierra, no pudimos andar las playas juntos, ni compartir con mis amigos en el país esos instantes simples que tanto amabas. Pero me consuela saber que desde ese lugar de paz nos cuidarás. Tu partida dejó en mí un brote de amor inesperado: una presencia que me sonríe, que desborda el cariño habitual y que me dice, con calma, que todo está bien. Fue algo tan profundo el día que volaste: sentí un soplo, una compañía luminosa que ahora sé me acompañará toda la vida.

Clau, tu serenidad al hablarme me reconfortó más de lo que puedo decir. En tu voz escuché la misma certeza que él me transmitía: que ahora nos protege con más fuerza, que nos cuida diez veces más que en vida. Me repetiste lo que él decía y lo hiciste con esa paz que alivia. Gracias por ese consuelo y por la nobleza y fuerza con la que has enfrentado este trance.

Fer, gracias por pensar tan bonito de mí, por tu cariño y por la admiración que me ofreciste sin reservas —una admiración que, te confieso, era de doble vía. Gracias por la iniciación, por los consejos, por las inolvidables palabras y por enseñarme a mirar hacia adentro con valentía y seguridad. Gracias a la vida por llevarme hasta ti aquel día en que volé desde Monterrey solo para participar en tu ceremonia maravillosa.

Sonríe como yo lo estoy haciendo ahora, tras haberte llorado, hermano. Te tendré siempre cerca. Ya estás liberado; se ha eliminado el obstáculo, como dicen de quienes no han tenido mayor actividad que la del espíritu. Queda la certeza de que eras un ser pletórico de nobleza, amor y una conexión casi divina con la madre tierra y con esa red neuronal invisible que nos une a todos, convirtiéndonos en uno solo.

Hasta siempre, Fer

Con amor eterno,
Johan Rosario

Comentarios

Entradas populares de este blog

“Traición bajo techo propio”: apresan a político acusado de intentar asesinar al periodista y empresario Johan Rosario

Aplican coerción de cinco medidas cautelares contra hombre acusado de intentar asesinar al empresario Johan Rosario

Proyecto “Alex al Poder” estremece al PRM, en Tamboril, con encuentro de confraternidad