Funeral del Papa profanado por mandatarios
CODIGO-32-SIPRED
Por Rey Arturo Taveras
Mientras en la Plaza de San Pedro el incienso subía como plegaria muda al cielo, en la tierra santa se desarrollaba una misa de intereses del poder con encuentros de mandatarios.
La muerte del Papa Francisco, que debía ser un momento de recogimiento mundial, fue asaltada por el instinto de los poderosos de reunirse, tantearse, medir fuerzas incluso sobre la tumba aún fresca del sumo pontífice.
Entre salmos y responsos, los mandatarios no pudieron resistir la tentación de hacer política con la diplomacia y la solemnidad del momento.
Donald Trump, con su habitual intento de sonrisa ocasional, estrechó la mano de Luís Abinader, presidente de República Dominicana, en un encuentro breve, pero qué pasó de los apretones de manos al diálogo.
Se saludaron, charlaron animadamente, se fotografiaron como si el cuerpo tendido del Papa fuera la decoración de una obra más grande: la de los políticos mundiales que acudieron al último adiós.
Como piezas de un ajedrez ciego, Trump también se reunió en privado, en el Vaticano, con Volodímir Zelenski, como si se tratara de un encuentro planificado.
El mandatario estadounidense y el líder ucraniano, enemigos de conveniencia hasta hace poco, se sentaban cara a cara en una sala apartada de la Basílica Santa María La Mayor.
Lo controversial del caso es que no hablaron de fe, ni de sentimientos ajenos, sino de guerra, de redención, estrategias geopolíticas y tierras raras.
Mientras el Papa era llorado por los pobres y los humildes, los poderosos intercambiaban cálculos fríos disfrazados de sonrisas en su santo entierro.
Macron y Starmer también aparecieron, completando el cuadro patético de una política que no sabe detenerse ni para velar a quien dedicó su vida a predicar la paz.
La Plaza de San Pedro, durante siglos testigo de imperios y caídas de gobernantes, emperadores y reyes, asistió de nuevo al mismo espectáculo de siempre: los dueños del momento frotándose las manos mientras el pueblo, ese eterno huérfano, lloraba de verdad al Santo Padre.
Francisco, el Papa de los desposeídos, quizá intuía este final, en el que ni su muerte sería suficiente para silenciar los ruidos de la ambición humana por apoderarse del planeta.
En santo padre no esperaba que su último aliento sería utilizado como moneda de cambio en pasillos silenciosos.
En Roma, la diplomacia se disfrazó de duelo, y el velorio se convirtió en un mercado de mandatarios que tramaron en secreto el más burdo silencio del poder.
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