La tragedia del fuego de Don Pedro encierra dudas y misterio, en el pueblo
Por Rey Arturo Taveras
La tragedia del fuego de Don Pedro huele a dudas y misterio, porque ocurrió en horas donde aún el sueño no se ha consumado en muchas personas y ningunas de las víctimas gritó, ni pidió auxilio, pero tampoco intentaron huir de las llamas ni del humo, como si estuvieran muertas antes que sus cuerpos quedaran convertidos en cenizas.
TAMBORIL, R.D.-La muerte de una familia entera, a causa de un voraz incendio, en Don Pedro, Tamboril, arde más que las llamas en la herida que deja este suceso en el alma colectiva.
Cinco vidas, dos adultos y tres niños, se extinguieron como velas olvidadas en medio de la noche, mientras el mundo dormía ajeno a su tragedia.
Luis Antonio, Yulenny Altagracia y sus tres hijos: Luivi, Luis David y Jael Sebastián, fueron atrapados en un abrazo fatal de fuego y silencio.
No hubo gritos, dicen los vecinos, ni alertas, tampoco una súplica al cielo., mucho menos oraciones.
Como si Morfeo los hubiera atrapado en un letargo invernadero para siempre, los encontraron dormidos, sin movimientos causados por el dolor, muertos en una quietud macabra.
Pero la muerte no siempre llega con estruendo, a veces se desliza como una sombra que besa la frente de los inocentes y se los lleva sin preguntar.
Sin embargo, la tragedia de Don Pedro huele a misterio, porque el fuego ocurrió en horas donde aún el sueño no se ha consumado en muchas personas.
También es objetable que ningunas de las cinco víctimas despertara con el calor de las llamas y el humo que produce la madera y otros objetos al quemarse.
Otro elemento a tomar en cuenta es que las puertas y ventanas estaban selladas por dentro con barrotes de hierro, como una cárcel levantada por miedo al mundo.
¿Quién encierra una familia en su propia casa? ¿Quién fabrica barrotes para protegerse del peligro, y termina entregándolos a las fauces del incendio?
Es una ironía cruel: el metal que debía cuidarlos se convirtió en verdugo mudo de la cinco vidas que miraban la casa siniestrada.
El incendio ocurrió en un instante en que muchas familias seguían despiertas, pero al parecer el tiempo se congeló para siempre dentro de la vivienda, la que, antes de ser cenizas, fue cuna de sueños, gritos infantiles, canciones de cuna, y silencios compartidos entre madre e hijos.
Ahora es solo un esqueleto ennegrecido, testigo del horror y tumba improvisada de una familia que ya no está.
Lo más estremecedor no son las llamas asesinas, sino el silencio que delata un vacío más profundo que la muerte y abre interrogantes: ¿Por qué no gritaron? ¿Qué fuerza los adormeció? ¿Qué mano invisible cerró sus gargantas antes de que pudieran pedir auxilio?
Los hierros, la noche y la rapidez del fuego crearon un cerco mortal y ningún vecino pudo ayudarlos.
Esta es una tragedia que no se extinguirá en las cenizas del olvido y las llamas encenderán la urgencia en las familias dominicanas de revisar lo que estaba mal en la casa siniestrada para que la muerte atacara en silencio y así evitar que ocurra otro suceso similar.
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