Los primeros censos de la humanidad fueron ordenados por Dios a Moisés
Desde las
arenas ardientes del desierto hasta los corredores digitales del siglo XXI, el
ser humano ha sentido la necesidad, casi mística, de contar para establecer cantidades y fortalezas o debilidades.
Contar personas, tierras, animales, monedas, riquezas, etc, es tan antiguo como la
humanidad misma: contar para saber, gobernar y poseer.
Pero el
primer gran censo no fue idea de emperadores ni de burócratas, sino un mandato
divino de Dios, quien, en los albores del Antiguo Testamento, pidió a Moisés
que contara a su gente, por sexo y edad.
Resulta ser
una paradoja sublime, el que desde el cosmos infinito sea ordenando el conteo de los
finitos en la tierra, por parte de un Dios sabio
pidiendo números de su rebaño a un pastor convertido en líder.
En el libro bíblico
de Números, los censos de Moisés “en el desierto”, más que un inventario
militar de un pueblo es un poema de organización, una sinfonía de orden en
medio del caos.
En aquel
polvo ardiente del Sinaí, cuando las huellas se desvanecían con el viento y las
certezas eran pocas, contar era aferrarse a una esperanza concreta: saber
cuántos eran los que marchaban hacia la tierra prometida.
Se contaban hombres mayores,
capaces de empuñar una lanza, mujeres y niños, pero en el fondo se contaban sueños, luchas de supervivencia, anhelos y latido en la gran arteria de un pueblo
errante.
Cuarenta
años después, al borde de Canaán, se repite el censo, done una nueva
generación, nacida del polvo y la esperanza, se alzaba ante la vigilia del Dios que protegía y conducía a su pueblo a la tierra prometida para reescribir
la historia.
Pero la necesidad
de contar no nació ni murió en el Sinaí, porque a historia humana ha sido un
incesante desfile de censos.
En las
riberas del Nilo, mientras los papiros dormían en criptas de barro, los
escribas del faraón hacían listas de familias, hombres y granos, de ganado y esclavos.
Ramsés II,
orgulloso constructor y estratega, ordenaba censos para tributar o guerrear y para edificar la eternidad en piedra.
Según Heródoto,
padre de la historia, los resultados de los censos egipcios servían para levantar pirámides, eternos
epitafios de la ambición humana.
Mesopotamia,
China, Roma... todas las civilizaciones han recogido nombres y otros datos estadísticos
como quien cosecha semillas.
En cada censo
moderno, hechos con algoritmos y tabletas, resuena como un eco bíblico la voz que habló a
Moisés: "Cuenta a los hijos de Israel, uno por uno."
Los censos,
como los profetas de la antigüedad, enumeran y anuncian a los gobernantes de la
tierra y a su Dios quienes somos, cuantos somos, donde estamos y las
proyecciones de hacia dónde vamos y lo que podríamos ser.
Si alguna vez dejamos de contar, será porque
hemos perdido la fe en los números y en nosotros mismos.
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