El carro de Usió y los patos de Sabú, en Tamboril

CODIGO-32-SIPRED 
Por Rey Arturo Taveras 
-RELATO-
En el pintoresco y pujante municipio de Tamboril, donde las calles de los barrios son tan estrechas y retorcidas que se enredan como viejas historias en el laberinto del tiempo, donde los conductores, transeúntes y animales se creen dueños de ellas, se produjo un incidente que atemorizó a una vecindad que esperaba un desenlace fatal. 
En este pueblo, destacado por ser tierra de poetas, cantantes, músicos, escritores, médicos, profesores y hombres de ciencia, donde el sol cae con un brillo anaranjado sobre los  techos  de zinc de las casas,  vive un mecánico peculiar llamado Usió. 
Su taller, más que un lugar de trabajo, era un santuario de piezas oxidadas, tuercas que cantaban al ritmo del martillo, herramientas negras de grasas y motores que susurraban en una lengua secreta que solo Usió conoce. 
Su carro, viejo y destartalado, como su taller, parecía más un cadáver ambulante que un vehículo. Era un vehículo con  puertas colgando que parecían alas rotas de aves viejas, ajustadas con  pestillos como ventanas de madera, los que servían para mantenerlas cerradas en su andar.
 Pero, como el propio Usió, ese carro tenía algo de pintoresco, irreductible ante el paso del tiempo y de rodaje lento y seguro como escarabajo.
Un día, en la estrecha calle del Cumajón, una vecindad donde los perros realengos viran latas y zafacones  en busca de huesos y desperdicios, el carro de Usió se deslizó por la única vía con su característico rechinar de metales cansados. 
En su trayecto, atropelló a varios patos de la manada de Sabú, un hombre conocido en Tamboril por su carácter fuerte, corpulento, temido y de mirada  amenazante, siempre fija en la distancia, como si estuviera a la espera del enemigo para enfrentarlo. Pero, aunque parecía violento, era más aguaje su postura que verraquera, mientras que Usió parecía una oveja mansa y era de mayor coraje. 
Con el golpe del carro, los inofensivos patos volaron por los aires como hojas secas, arrastradas por un viento injusto. Sus cuerpos se estrellaron contra el suelo con un sonido sordo, y el sol, implacable, observó el desastre sin piedad.
Usió, imperturbable como una piedra que ha visto más guerras de las que se pueden contar, continuó su camino sin detenerse, como si nada hubiera ocurrido, pues, había atropellado simples aves que caminaban con privanza perturbando en el libre tránsito. 
Cuando Sabú llegó al lugar, los patos yacían en el suelo como sombras quebradas y su ira comenzó a hervir en su pecho, hasta que la  sangre se calentó en la  hoguera ardiente de su cabeza.  Caminó desafiante hasta la casa de Usió, con su rostro torcido por la rabia, la sangre subida de tono en su agitado cerebro y le reclamó con voz de trueno:
-¡Has matado a mis patos que valen más que tu porquería de carro! ¿Qué crees que has hecho, Usió?
Usió lo miró, con una calma que parecía desafiar la peor de las tormentas. El carro, detenido ya, en medio de la nada, era la prolongación de su propio ser: destartalado, pero eterno. Con una sonrisa irónica en los labios, respondió, como quien da una lección a un alumno que hace preguntas necias:
-Oigan ahora, dizque hablándome a mí de trapos e´ patos, un tipo que ha matado a muchísima gente.  No me reclames, Sabú. Tú sabes la gente que has matado  y nadie te ha dicho nada. Así que no vengas a quejarte por unos simples patos que estorbaban el camino.
Las palabras de Usió cayeron como un block de hielo sobre el aire caliente, dejando un silencio denso entre ambos hombres. Sabú, sorprendido por la respuesta, quedó mudo por un instante, meditando el pasado. Sus ojos, antes encendidos de furia, se apagaron al comprender que Usió hablaba de su vida en Tamboril, un lugar donde muertes extrañas se han paseado entre las sombras, sin que nadie se atreva a nombrarlas.
Así, en un mundo donde los patos caen y los hombres siguen andando y dejando atrás huellas de misterios, Usió se despidió sin más palabras que una sonrisa a flor de labios, subió a su carro destartalado, lo encendió y se perdió en el horizonte, dejando a Sabú con sus patos muertos, tirados patas arriba en el pavimento de la calle, olfateados por los perros hambrientos, mientras un silencio inaudito retumbó en las venas del Cumajón donde la gente esperaba que la sangre de Usió se mezclaría con la de los patos que atropelló con su destartalado carro. 

Comentarios

Publicar un comentario

Los comentarios de los lectores no deben ser ofensivos a personas e instituciones, de lo contrario nos revervamos el derecho de eliminar su publicación o no

Entradas populares de este blog

Proyecto “Alex al Poder” estremece al PRM, en Tamboril, con encuentro de confraternidad

Muere en confuso incidente el técnico de bocinas Eddy Ureña, en Amaceyes

Fallece a los 96 años el industrial Félix Bolívar Reinoso Dájer